Más tragedia griega
De igual modo que justicia y legalidad no son sinónimos, la lógica no es condición sine qua non en el pensamiento político pero aún sabiéndolo, qué difícil de admitir. El magma humano de los refugiados, lejos de aplastarnos, ha ido impregnando la vida cotidiana de una Europa que ha terminado acostumbrándose, insensible, incapaz de gestionar una respuesta coherente y humanitaria a su drama. Al contrario, cimenta diques frente a ese chapapote que amenaza su bienestar. Ayer eran las fronteras, hoy la obscena incautación de sus bienes.
De igual modo que justicia y legalidad no son sinónimos, la lógica no es condición sine qua non en el pensamiento político pero aún sabiéndolo, qué difícil de admitir. El magma humano de los refugiados, lejos de aplastarnos, ha ido impregnando la vida cotidiana de una Europa que ha terminado acostumbrándose, insensible, incapaz de gestionar una respuesta coherente y humanitaria a su drama. Al contrario, cimenta diques frente a ese chapapote que amenaza su bienestar. Ayer eran las fronteras, hoy la obscena incautación de sus bienes.
Cuando más me acerco a la entelequia de Europa más la detesto. Confieso no sentirme parte de ella. No lo soy de una comunidad informe y sin otro rumbo que el que marcan los mercados, solo preocupados por sus depósitos bancarios, dispuesta a dinamitar uno de los derechos que se había arrogado en la euforia de su creación y cuyo estandarte se llama espacio Shengen. El derecho a la libre circulación es probablemente de las pocas cosas que tengan sentido en esta inútil UE. Pero el discurso de quienes la pilotan parece claro: ¿Molestan nuestras fronteras? Bien, volvamos a cerrarlas, y si alguno de los países periféricos –hasta ayer parte del club, en un futuro lo discutiremos- se resiste, desbordado por la odisea de los apátridas, entonces acortaremos nuestros límites.
Mientras Europa se defiende, Grecia es una tragedia perenne. Un cementerio de almas vivas hacinadas junto a un Mediterráneo -el más muerto de los mares- testigo del horror y la decadencia. «No vamos a hundir barcas y ahogar a mujeres y niños», grita el ministro griego de Asuntos Europeos. Le mueve el peso de la razón y la desesperación de la rabia.
Mientras tanto los mercados siguen mirando a China y nuestros políticos se pelean por las butacas del Congreso.