Turno de noche
Durante años trabajé en el turno de noche de un hotel de Santiago de Compostela. El sueldo era escaso, pero a cambio podía tener todo el tiempo del mundo para leer, lo que por aquel entonces era una de mis mayores prioridades.
Durante años trabajé en el turno de noche de un hotel de Santiago de Compostela. El sueldo era escaso, pero a cambio podía tener todo el tiempo del mundo para leer, lo que por aquel entonces era una de mis mayores prioridades.
Todo el que haya trabajado en hostelería sabe que la recepción de un hotel es un pequeño teatro en el que se representan un montón de obras de duración variable, ficciones improvisadas que siempre me han entretenido en grado sumo.
Yo pude asistir como espectador privilegiado, y a veces único, a muchas de ellas. Es importante tener presente que entonces todavía no existía Internet y uno podía armar sus fantasías sin ser descubierto a golpe de móvil.
Recuerdo a un profesor universitario de provincias, que había dicho a una bella turista catalana que era un importante hombre de negocios y que me ofreció mil pesetas para que le dijese (estando ella presente, claro) que tenía una llamada de la Moncloa y estaban al teléfono aguardando, ya que le reclamaba el presidente. Imagino que el profesor, más tarde, recogió los frutos de la llamada, porque desayunaron juntos, tal como comprobé en la comanda de cafetería.
Recuerdo a la pareja que se citaba cada miércoles por la noche. Llegaban por separado: él a las once, ella a las doce, y se marchaban ambos a las tres de la mañana. Así semana tras semana durante años. Eran jóvenes con aspecto de profesionales competentes. Un día dejaron de venir. Años después, en una boda que se celebró allí, la reconocí y cruzamos una mirada de inteligente complicidad, aunque en su caso percibí una niebla de tristeza nostálgica.
Hace poco, recordé el nombre del hombre, que era quien se registraba, y al buscarlo en Internet comprobé que había fallecido en una fecha que explicaba por qué habían cesado los encuentros y también la mirada profunda y herida que ella hizo descansar en mí. La sorpresa fue cuando la reconocí a ella en alguna foto de prensa, posando junto a él en algún acto social. Era su cuñada.
Y así era la vida, sepultado en la noche del hotel, esperando que llegase la prensa a las cinco de la mañana y saltando de Dostoievski a Melville pasando por Stevenson o don Miguel de Cervantes. Años de lecturas, experiencias y reflexión que son una mina de la que sigo sacando recursos en mi trabajo de comunicación corporativa.
Quizás, amigo lector, si has ido a algún hotel en Santiago de Compostela y llegan a presentarnos, me quede mirándote dubitativo al verte. No temas, seré discreto.