THE OBJECTIVE
Gemma Bargues

Derechazo a la desigualdad

¿En quién estará pensando la niña de la imagen? ¿Qué cara le habrá puesto a ese saco de boxeo al que desafía? Su velo blanco no debe dejarnos engañar y tampoco su carita de ángel ni sus pequeñas manos cubiertas de vendaje. Es una niña, que sueña con ser boxeadora profesional, pero solo una niña. A ella no le importa haber nacido en Pakistán, un país de molde masculino, fuertemente conservador y regido bajo unas leyes islámicas muy estrictas, especialmente contra las mujeres. Pero ella no considera que su sueño sea demasiado ambicioso y cada día, después de la escuela, entrena duro y le asesta varios golpes a esa realidad que discrimina, mutila y vulnera a la mujer.

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Derechazo a la desigualdad

¿En quién estará pensando la niña de la imagen? ¿Qué cara le habrá puesto a ese saco de boxeo al que desafía? Su velo blanco no debe dejarnos engañar y tampoco su carita de ángel ni sus pequeñas manos cubiertas de vendaje. Es una niña, que sueña con ser boxeadora profesional, pero solo una niña. A ella no le importa haber nacido en Pakistán, un país de molde masculino, fuertemente conservador y regido bajo unas leyes islámicas muy estrictas, especialmente contra las mujeres. Pero ella no considera que su sueño sea demasiado ambicioso y cada día, después de la escuela, entrena duro y le asesta varios golpes a esa realidad que discrimina, mutila y vulnera a la mujer.

Para ella, que forma parte del primer club de boxeo femenino en Pakistán, el derechazo definitivo a esas leyes injustas llegará cuando logre ser una gran boxeadora, demostrando con eso que una mujer sí puede dejar KO a quien se le ponga por delante. Intento tomarme así la noticia, en lugar de pensar que el boxeo pueda ser para una niña de 8 años un mero placer, porque los golpes, la sangre y la violencia es lo que ha mamado desde que nació.

Intento pensar que estas niñas ya han triunfado incluso antes de subirse a un cuadrilátero, porque han encontrado en este deporte un arma para hacer frente a la discriminación sexual y a las violaciones constantes; también, porque se han ganado la confianza para luchar por sus sueños. No juegan con muñecas, sino con sacos de boxeo a los que golpean con tanto estilo como cualquier boxeador hombre.

Pero antes de entrenar, estas niñas se alinean ante una pared de cemento, posan sus manos en su cara y rezan su oración. No se olvidan de la religión a la que profesan ni del dios al que deben amar. Se ponen los vendaje, los guantes y las zapatillas de deporte pero no se quitan el velo como señal de que mientras practican sus ganchos, golpes y recortes, el islam les está observando y, por eso, deben andarse con cuidado.

“Nadie nos enseña a defendernos”, dijo la primera niña que pidió ser entrenada para ser boxeadora. No me gusta el boxeo ni jamás podré ver un mínimo de deportividad en él, pero si ello sirve a estas niñas para enfrentarse a las barreras de violencia y discriminación que dominan su país, pues a boxear duro se ha dicho.

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