Lotófagos
Polifemo recuerda a quien causó su desgracia, que no consistió tanto en la ceguera como en el engaño. ‘Nadie me ha herido’, grita a sus hermanos. El pobre cíclope se ha vuelto loco, los dioses lo habrán castigado.
Polifemo recuerda a quien causó su desgracia, que no consistió tanto en la ceguera como en el engaño. ‘Nadie me ha herido’, grita a sus hermanos. El pobre cíclope se ha vuelto loco, los dioses lo habrán castigado.
Pero Polifemo sabe que Nadie es alguien: es Odiseo. Éste revela su nombre en cuanto abandona la isla, y a punto está de lamentarlo. El cíclope arroja una roca contra la nave, y el fecundo en ardides escapa por poco. Deja atrás la isla, pero no a Poseidón, padre de Polifemo. El dios se encargará de que el héroe pague su ofensa.
Los españoles recordamos cada año los atentados del 11 de marzo. Es lo que decimos. El monumento que homenajea a las víctimas es una estructura de cristal en una rotonda. En la estación de Atocha, enterrado, se encuentra el memorial. Recordamos mirando al suelo, como con vergüenza. Y en el suelo precisamente acabaron los mensajes del memorial. Deficiencias en la estructura.
Recordamos la fecha, tal vez. Nada más. En el rincón de nuestra memoria dedicado a los culpables no hay nada. Nadie. Pero es un «nadie» distinto al del cíclope. En el nuestro no hay engaño, sino olvido voluntario. Nadie cometió los atentados del 11 de marzo.
En eso consisten nuestros relatos sobre el terrorismo. En el borrado sistemático de los hechos. O en la gestión del pasado, eufemismo mediante. El monumento a las víctimas del 11-M se coloca allí donde no atraerá miradas. Los monumentos a las víctimas de ETA no existen. No hay placas que recuerden a los asesinados, y, sobre todo, no hay placas que señalen a los asesinos. Sólo así es posible convertir a estos últimos en héroes, en hombres de paz o en tesoreros de partidos políticos.
Es un «nadie» distinto al del cíclope, decíamos. Aquél era producto de un engaño. El nuestro es producto de la ingesta de loto.