Realidades
Vladimir Nabokov escribió una vez que la palabra “realidad” no tiene sentido sin considerar el punto de vista del observador: un paisaje no es lo mismo para el poeta, el ingeniero, el campesino. No sé si el gran escritor ruso era consciente de las implicaciones que este perspectivismo epistemológico tenía para un genio aristocrático como el suyo. En todo caso, su observación bien puede aplicarse a la noticia de que existen sofisticados parques temáticos dedicados a recrear el mundo imaginario de Mad Max. Sus visitantes, por usar el lenguaje psicoanalítico, invisten a estos personajes de ficción con cualidades simbólicas y afectivas. Se crea así una superposición de realidades: unos se conmueven en contacto con la triología apocalíptica, otros ni siquiera la conocen.
Vladimir Nabokov escribió una vez que la palabra “realidad” no tiene sentido sin considerar el punto de vista del observador: un paisaje no es lo mismo para el poeta, el ingeniero, el campesino. No sé si el gran escritor ruso era consciente de las implicaciones que este perspectivismo epistemológico tenía para un genio aristocrático como el suyo. En todo caso, su observación bien puede aplicarse a la noticia de que existen sofisticados parques temáticos dedicados a recrear el mundo imaginario de Mad Max. Sus visitantes, por usar el lenguaje psicoanalítico, invisten a estos personajes de ficción con cualidades simbólicas y afectivas. Se crea así una superposición de realidades: unos se conmueven en contacto con la triología apocalíptica, otros ni siquiera la conocen.
Desde luego, la existencia de lugares así confirma una vez más la delirante capacidad creativa del capitalismo contemporáneo, al que no en vano Serroy y Lipovetsky han designado “capitalismo artista”. Es en el mercado de bienes y servicios, en su hiperdiferenciación inagotable, donde reside el principal rival de un arte vencido ya por esa máquina emocional capaz de facturar novedades diarias dirigidas al más ignoto micropúblico que pueda imaginarse. Y aun siendo cierto que las necesidades así creadas son bien poco necesarias, recordemos que las empresas no son las únicas en crear la oferta a través de la demanda. Lo hacemos todos: cuando tomamos la palabra en una reunión, cuando abordamos a la persona que nos atrae, cuando elegimos atuendo.
Más interesante aún es la evidencia de que el mundo contemporáneo es, si bien se mira, politeísta. Se observa en la esfera de las creencias un proceso de fragmentación análogo al que experimentan los medios de comunicación y la política: en lugar de aglutinarnos alrededor de unas pocas deidades, asistimos a su multiplicación. ¡Barra libre! Algunos resisten en los templos monoteístas y hay quienes tienen fe a las naciones, mientras otros acuden a la llamada de la fantasías seculares: de los juegos de rol a Mad Max, pasando por Beyoncé y los ídolos deportivos. Pero el anhelo de sentido, que confiábamos saciar con el ersatz de la razón ilustrada, no ha desaparecido. Y cada uno se busca la vida -la realidad- como puede.