Dios está en todas partes
El relativismo se ha convertido en una creencia muy poco relativa y no es casualidad que haya penetrado con fuerza en aquellos territorios más laicos, donde la religión ya no representa un código de conducta. El hombre necesita creer, si no en un Dios, en una nación, en el ecologismo o en el poliamor.
El relativismo se ha convertido en una creencia muy poco relativa y no es casualidad que haya penetrado con fuerza en aquellos territorios más laicos, donde la religión ya no representa un código de conducta. El hombre necesita creer, si no en un Dios, en una nación, en el ecologismo o en el poliamor.
Entre la religión, digamos, convencional y el resto de creencias hay, no obstante, una diferencia: el paraíso que éstas prometen ha de alcanzarse en vida. Y eso, claro, es un fastidio para quienes no las profesamos. Como de costumbre, el problema no es el ecologismo o el medio ambiente, sino los ecologistas; y el problema no es la nación, sino los nacionalistas. El proselitismo político y moral, la lucha por conquistar el espacio público más allá de la esfera privada.
En Cataluña venimos sufriendo tanto el nacionalismo como el ecologismo, que no dejan de ser la misma cosa, empezando por la devoción por lo natural. El progreso humano ha consistido en emanciparse de la naturaleza. El nacioecologismo, en cambio, aboga por el sometimiento del hombre a ella, confiriendo a hechos puramente azarosos o circunstanciales un estatus no ya político, sino también moral.
En esta ola de irracionalismo no es extraño que se propaguen toda clase de supercherías, como el credo antivacunas, la defensa de la homeopatía o la copa menstrual.
A la naturaleza hay que domesticarla en lugar de venerarla porque es así, sometiéndola (todo lo respetuosamente que quieran, pero sometiéndola), como nuestras vidas podrán aspirar a una cierta trascendencia. Después de todo, no hay nada más natural que un cáncer.