THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Mamá, quiero ser de derechas

Toda la gente que conozco afiliada al Partido Popular coincide con toda la gente que conozco y que no está afiliada al Partido Popular: saben bien que tal formación necesita una urgente reforma. Pero por desgracia aquellos de los que depende tal cosa, que son los del primer grupo, suelen sufrir sus ansias de renovación en silencio. Existen, aun así, algunas excepciones a este silencio de los corderos (¿o de las gallinas?) reinante en el PP. Últimamente he sabido de dos de ellas.

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Mamá, quiero ser de derechas

Toda la gente que conozco afiliada al Partido Popular coincide con toda la gente que conozco y que no está afiliada al Partido Popular: saben bien que tal formación necesita una urgente reforma. Pero por desgracia aquellos de los que depende tal cosa, que son los del primer grupo, suelen sufrir sus ansias de renovación en silencio. Existen, aun así, algunas excepciones a este silencio de los corderos (¿o de las gallinas?) reinante en el PP. Últimamente he sabido de dos de ellas.

La primera y loable excepción es la Red Floridablanca. Un equilibrado plantel de jóvenes y mayores liberal-conservadores se han lanzado a reclamar a su partido, el PP, cosas tan primarias como poder votar primarias. También piden que su dirección convoque un congreso, al que denominan “abierto”: lo cual invita a sospechar que acaso los anteriores congresos del PP hayan tenido más similitudes con los que hizo famosos el Partido Comunista Búlgaro que con los de correligionarios suyos del conservadurismo, como los tories británicos. Los renovadores de la Red Floridablanca poseen además un buen argumento para reclamar tal congreso: según los estatutos del Partido Popular, el mandato de su actual dirección ha caducado hace ya 16 meses; por lo cual, que Rajoy siga hoy en el poder dentro del PP sin haber sido reelegido para ello sería como si Rajoy siguiera hoy en el poder del Gobierno de España sin haber sido investido para ello… oh, wait.

Una segunda excepción al mutismo del PP es la de una plataforma que se autodenomina “Qveremos” porque no conocen a Lakoff y no saben que seguir la estela de tus rivales (aunque solo sea en eso de escoger también primeras personas del plural del presente de indicativo para tu nombre) es mala táctica. “Qveremos” se escribe así, con uve y no con u, porque, según sus responsables nos explicaron a los asistentes a un acto que celebraron hace unos días en Valladolid, esa uve quiere significar “verdad, valor y valores”. La pregunta que quizá surja entonces a algún lector es qué hacía yo en un acto de Qveremos en Valladolid (ciudad cuyo nombre también se escribe con uve, pero sin que ello te haga casi impronunciable la palabra).

Casi todos mis amigos “progres” me insisten en que me estoy volviendo muy de derechas. Yo escucho tal observación con el mismo escepticismo que uno debe mantener siempre ante sus amigos progres, que también acostumbran a soltarle a uno cosas tan extravagantes como que adoran pagar impuestos o que lo público es siempre mejor que lo privado. Pero cuando un tercer amigo (este no progre, sino sensato) me informó hace días de que ciertos renovadores del Partido Popular iban a celebrar un acto en mi ciudad, Valladolid, decidí acudir a tal reunión para ver si era verdad que yo soy muy de derechas y en tal ambiente me encontraba por fin a mis anchas.

El acto empezó bien. Los de Qveremos, especialmente un chico joven que habló poco después de que presentara el acto otro chico algo mayor llamado Jaime Mayor (Oreja), desgranaban propuestas que sonaban razonables. Uno de los intervinientes destacó el mérito de que había sido concejal de urbanismo por el PP en Valencia y jamás había sido imputado, observación que me pareció por sí sola significativa. Otro participante nos contó la importancia de las tres uves que he mencionado antes (verdad, valor y valores), y abogó en contra del relativismo. La mayoría se refirieron a sí mismos como representantes del centro-derecha, lo cual personalmente me decepcionó un tanto, pues yo había ido allí a querer ser de derechas, sin más. Pero enseguida demostraron que no me defraudarían.

En efecto, de repente en la charla las tribulaciones mayores de España dejaron de ser el incumplimiento de la Constitución, o la necesidad de renovar los partidos políticos, o la corrupción, y empezaron a residir en que se estaba destruyendo “la familia natural” y que los gais se casan mucho y que adónde vamos a llegar. Me gustan los viajes en el tiempo así que intenté disfrutar como si de repente hubiésemos tornado al 2005 y todos fuésemos más jóvenes. Pero en realidad, de repente, todos éramos más viejos. Insistieron mucho en lo de la “familia natural”, como si la familia fuese como los ríos, los boniatos o las gaviotas, algo que florece en la naturaleza, y no una institución humana tan variable como cualquier estudiante de antropología cultural sabe (verdad, valor y valores).

Hacia el final llegó el turno de preguntas. Inquirí que por qué insistían en denominarse “centroderecha”, si todo lo que habían dicho era muy de derechas a secas. Me contestaron que bueno, que esa sería mi opinión. Al principio creí que bromeaban: responder a un argumento con un simple “bueno, esa es tu opinión” es el recurso fácil al que acuden todos los relativistas, y el relativismo había sido condenado numerosas veces en aquella sala (verdad, valor y valores).

Salí de aquel acto persuadido de que el Partido Popular necesita una renovación, pero acaso esa renovación debe comenzar antes de nada por renovar a algunos de sus renovadores.

Y también salí convencido de que, de momento, me va a costar hacerme del todo de derechas.

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