Los carga el diablo
Corre por Internet la imagen de una papeleta en la que una de las casillas (círculos, en este caso), es más grande que la otra. Es la casilla que respondía Sí a la pregunta de si “¿Estás de acuerdo con la reunificación de Austria con el Imperio Alemán efectuada el 13 de marzo de 1938 y votas en favor de la lista de nuestro Führer Adolf Hitler?». No hay que ser muy avispado para saber cuál era la opción correcta. Tampoco había que serlo para entender qué quería decir Heidegger cuando, el 3 de noviembre de 1933, en ocasión de la votación popular para abandonar la Sociedad de Naciones, acababa su Llamamiento a los estudiantes alemanes con las siguientes palabras: “Que las reglas de vuestro ser no sean principios doctrinales e “ideas”. Sólo el Führer mismo es en el presente y el futuro la realidad alemana y su ley”. Se trataba, claro está, de evitar el error de los votantes y la división de la sociedad.
Corre por Internet la imagen de una papeleta en la que una de las casillas (círculos, en este caso), es más grande que la otra. Es la casilla que respondía Sí a la pregunta de si “¿Estás de acuerdo con la reunificación de Austria con el Imperio Alemán efectuada el 13 de marzo de 1938 y votas en favor de la lista de nuestro Führer Adolf Hitler?». No hay que ser muy avispado para saber cuál era la opción correcta. Tampoco había que serlo para entender qué quería decir Heidegger cuando, el 3 de noviembre de 1933, en ocasión de la votación popular para abandonar la Sociedad de Naciones, acababa su Llamamiento a los estudiantes alemanes con las siguientes palabras: “Que las reglas de vuestro ser no sean principios doctrinales e “ideas”. Sólo el Führer mismo es en el presente y el futuro la realidad alemana y su ley”. Se trataba, claro está, de evitar el error de los votantes y la división de la sociedad.
Sobre el error de los votantes poco hay que decir. Se equivocan, lo hemos visto, como todo hijo de vecino. Y es precisamente la posibilidad del error lo que hace que, frente a la urna, el pueblo deje de ser pueblo (unido, virtuoso e infalible) y se muestra como ciudadanía (plural, con un punto miserable y, sí, a menudo equivocada). Quien habla en nombre del pueblo puede hacerlo con una sola voz, pero quien cuenta los votos no puede creer en el mito de la unidad popular. Así que, incluso quien convoca el referéndum para dar la voz al pueblo, o con la vanidosa esperanza de escuchar en él el eco de su propio discurso, se obliga a sí mismo a escuchar a los simples ciudadanos. Y por eso, como demuestran humildes gentes como Nigel Farage y Boris Johnson, puede que el populista se acostumbre a llamar al referéndum, pero es muy raro que salga vivo de él.
Toda votación es siempre una derrota del populista, porque la pluralidad social, insisto, es incompatible con la unidad popular. Por eso el referéndum no es la causa de la división pero puede ser su respuesta cuando esta imposibilite el ejercicio del gobierno. Porque la unidad que busca la democracia sólo puede darse ante la ley y el procedimiento, y nunca en la ficción de un acuerdo total de las voluntades.