Elogio de la impostura
Hossein Sabzian murió diecisiete años después de hacer el papel de su vida. Denunciado por estafa, hasta la cárcel acudió un tal Abbas Kiarostami a preguntarle por el móvil de aquel extraño delito: haberse hecho pasar por un famoso director de cine. Engatusó a los hijos de una buena mujer que conoció en el autobús y simuló que estaba haciendo una película. Uno de ellos era un ingeniero mecánico que trabajaba en una panadería. Pero siempre había querido hacer cine y bien valían unos pocos tomanes para conseguirlo. El paso de los días desnudó la mentira. Hasta que se vio esposado. Una impostura que le costó la cárcel hasta que se abrió el juicio oral. Frente al director de cine que dice serlo y le cuesta la prisión, desfila un periodista sin grabadora, un ingeniero que vende pan, un juicio que se adelanta por “cuestiones de rodaje” y un policía que prefiere el artículo de una revista a su propio informe como la mejor versión de los hechos. “¿Podría hacer una película sobre mi sufrimiento?”, le espeta al final de esa visita.
Hossein Sabzian murió diecisiete años después de hacer el papel de su vida. Denunciado por estafa, hasta la cárcel acudió un tal Abbas Kiarostami a preguntarle por el móvil de aquel extraño delito: haberse hecho pasar por un famoso director de cine. Engatusó a los hijos de una buena mujer que conoció en el autobús y simuló que estaba haciendo una película. Uno de ellos era un ingeniero mecánico que trabajaba en una panadería. Pero siempre había querido hacer cine y bien valían unos pocos tomanes para conseguirlo. El paso de los días desnudó la mentira. Hasta que se vio esposado. Una impostura que le costó la cárcel hasta que se abrió el juicio oral. Frente al director de cine que dice serlo y le cuesta la prisión, desfila un periodista sin grabadora, un ingeniero que vende pan, un juicio que se adelanta por “cuestiones de rodaje” y un policía que prefiere el artículo de una revista a su propio informe como la mejor versión de los hechos. “¿Podría hacer una película sobre mi sufrimiento?”, le espeta al final de esa visita.
Close-up (1990) es una de las cintas más importantes del cine de los últimos años. Nos recuerda la vigencia de la ficción como forma de entender la realidad, adelgazada en el tiempo por la palabra y la imaginación. La rodó un director ávido por desentrañar los abismos de la subjetividad, de la mirada sobre el otro y el mundo. Ahí, en ese momento, sobreviene la ficción. Por eso, en el cine de Kiarostami, lo que puede ser, es.
Vuelvo a ver esta película la noche en que Kiarostami se va, casi cuatro meses desde que le diagnosticaran la enfermedad. Contemplo la escena en que aparecen los dos sentados, casi frente a frente, en medio de una zona de paso. Aquella película le dio a Hossein Sabzian una fama efímera y tardó poco en volver a los trabajos esporádicos. En los últimos años se le podía encontrar en la estación de autobuses del sur de Teherán, en su puesto ambulante de películas en DVD. “Soñé con ser general y me quedé en soldado raso”, le dijo una vez a un amigo que solía merodear por allí. Un día lo encontraron medio muerto en el metro, con una crisis respiratoria que lo dejaría en coma. Tardaría un mes en morir.