Se busca UVI para enfermedad contagiosa
No sé tú, pero para mí que el mundo se ha vuelto loco. Cada vez es más certera la sensación de que algo ha dejado de funcionar en medio de esa lógica ilógica con la que pasan las cosas. Si bien cada uno de los sucesos de este verano en el que no ganamos para sustos –un atentado, otro, asesinados perpetrados por un ultra, un tipo blandiendo un hacha en mitad de un tren- son contemplados en singular como lamentables exponentes de hasta dónde puede llegar la barbarie humana, la secuencia completa nos lleva a temer una suerte de locura colectiva altamente contagiosa. Quizá no andemos mal encaminados, de hecho las llamadas a la acción yihadista juegan con infectar a cuantas más mentes mejor con sus mensajes.
No sé tú, pero para mí que el mundo se ha vuelto loco. Cada vez es más certera la sensación de que algo ha dejado de funcionar en medio de esa lógica ilógica con la que pasan las cosas. Si bien cada uno de los sucesos de este verano en el que no ganamos para sustos –un atentado, otro, asesinados perpetrados por un ultra, un tipo blandiendo un hacha en mitad de un tren- son contemplados en singular como lamentables exponentes de hasta dónde puede llegar la barbarie humana, la secuencia completa nos lleva a temer una suerte de locura colectiva altamente contagiosa. Quizá no andemos mal encaminados, de hecho las llamadas a la acción yihadista juegan con infectar a cuantas más mentes mejor con sus mensajes.
Cualquier emoción posee la capacidad de estimular a otras y multiplicarse. Uno llora y el de al lado lo hace también; tú ríes y esa risa floja termina siendo un carrusel difícil de parar. Del efecto contagio saben mucho en el deporte y como muestra ahí está la euforia al ganar tus colores; o los políticos convencidos de que el voto tiene poco de racional e impulsan esas arengas mitineras que tanto les gustan. Pero qué sucedería si lo que se emula no es una emoción sino al peor de los instintos, el de matar, destruir y aniquilar al otro. Si la violencia llama a violencia, ¿no habría que poner coto a su difusión? ¿O por lo menos prospectar los efectos de la misma?
Doy por hecho que esto daría alas a quienes tratan de limitar libertades, por eso formulo la pregunta y la dejo sin respuesta. Sin embargo la idea de que algo, sucio, enfermizo, hediondo, está calando en nuestra sociedad como un cáncer no se me va de la cabeza.