El arte de dormir con el enemigo
Cuenta el periodista Alfredo R. Antigüedad que en cierta ocasión Francisco Grandmontagne fue obsequiado con una comida a la que concurría también Ortega y Gasset. La mala fortuna quiso que frente al filósofo se sentara un hombre de negocios que se jactaba de su profundo desprecio por los hombres teóricos.
Cuenta el periodista Alfredo R. Antigüedad que en cierta ocasión Francisco Grandmontagne fue obsequiado con una comida a la que concurría también Ortega y Gasset. La mala fortuna quiso que frente al filósofo se sentara un hombre de negocios que se jactaba de su profundo desprecio por los hombres teóricos.
– ¿Para qué sirve un filósofo? -decía-. Para nada. La palabra filósofo es un eufemismo que designa a un necio. Porque, seamos francos, ¿qué distancia separa a un filósofo de un tonto?
– La anchura de una mesa –asegura Antigüedad que respondió Ortega.
Dudo de la veracidad de esta anécdota. Parece una recreación de otra mucho más antigua que asegura que Juan Escoto Erígena ocupaba en un banquete una posición enfrentada a la del rey francés Carlos el Calvo. El filósofo cometió alguna indiscreción y el monarca preguntó a los presentes: “¿Quid distat inter sottum et Scottum?”. Algo así como “¿Qué separa a un tonto de un escocés/de Scoto?”. Erígena replicó inmediatamente: “Mensa tantum” (“sólo una mesa”).
El filósofo es mal compañero de mesa. A su lado siempre corre uno el riesgo de que se le atragante el sentido común. No solamente nos confunde con las respuestas que da a nuestras preguntas, sino que si permanecemos un rato a su lado, acabamos por no entender ni el sentido de nuestras mismas preguntas.
“El mero filósofo es un tipo humano que normalmente goza de poca aceptación en el mundo”, escribe Hume. ¿Pero por qué habría de gozar de aceptación quien nos descubre que detrás de nuestras certezas siempre hay acechando una pregunta que no tenemos inteligencia o valentía suficiente para azuzar? Filosofar es el arte de dormir con tu enemigo.
El sentido común ha aprendido a protegerse del filósofo utilizando la risa o el desprecio. ¿Puede alguien hoy considerarse un pensador libre si no ha recibido en la cara el escupitajo de facha, que es la cicuta posmoderna?
Del filósofo siempre nos separa una mesa: la de nuestras satisfechas certezas.
Según Kierkegaard, lo que los filósofos dicen de la realidad es a menudo tan decepcionante para el sentido común como el cartel que puso en su tienda un mercader: “Aquí se plancha”. El que llevaba su ropa a planchar, se llevaba un chasco: el cartel estaba en venta.” Marx decía esto mismo a su manera: “Entre la filosofía y el estudio del mundo real media la misma relación que entre la masturbación y el amor sexual”.