Stress test a la ciudadanía
Nos agradecen el sacrificio. Se lo he escuchado decir por la radio del coche, en este día sin coches que es un día con más atascos, dedicado a potenciar el transporte público, que significa colapsarlo. Y aunque, como no podía ser de otra manera, la jornada ha sido un éxito, la verdad es que no merecíamos tanto agradecimiento. En realidad, el tal sacrificio no era más que el enésimo stress test al que nos someten regularmente para poner a prueba los límites de nuestra paciencia y la fortaleza de nuestra fe en los dioses de moda, como el ecologismo y el populismo. Que para eso sirven los sacrificios desde que el hombre es hombre.
Nos agradecen el sacrificio. Se lo he escuchado decir por la radio del coche, en este día sin coches que es un día con más atascos, dedicado a potenciar el transporte público, que significa colapsarlo. Y aunque, como no podía ser de otra manera, la jornada ha sido un éxito, la verdad es que no merecíamos tanto agradecimiento. En realidad, el tal sacrificio no era más que el enésimo stress test al que nos someten regularmente para poner a prueba los límites de nuestra paciencia y la fortaleza de nuestra fe en los dioses de moda, como el ecologismo y el populismo. Que para eso sirven los sacrificios desde que el hombre es hombre.
Se trataba de concienciar, dicen estos santurrones a cargo del presupuesto municipal. Como solían hacer de jóvenes, interrumpiendo la clase nuestra de cada día al grito de ¡venimos a concienciar!, cuando venían a silenciar. O como hacen cada vez que presumen de partida cultural en el presupuesto municipal, promoviendo los actos callejeros y atentando contra la tranqulidad del hogar, del sueño y de la lectura, los tres pilares, si no del pueblo, sí al menos de la civilización.
Y con este mismo paternalismo se nos decía hoy que el sacrificio era por nuestro bien. Que nos obligaría a dejar el coche en casa y nos descubriría las maravillas del transporte público. Como si no lo conociésemos ya. Y como si no fuese por eso que cogemos el coche. Como si no fuese evidente que para promocionar el transporte público podrían ponerlo gratis por un día. Y como si no fuese evidente que con eso se perdería la recaudación del día pero no se ganaría cliente alguno. Por eso, porque no pueden ofrecernos soluciones, nos ofrecen su consuelo. Al menos ahora nos sabemos concienciados. Al menos ahora los sabemos preocupados.
Pero si para el ecologismo es un día inútil, para el populismo es simplemente una ofensa. Se peleaban esta mañana los tertulianos para ver quién era el que más a menudo usaba el transporte público. Se trataba, en fin, de demostrar quién era más ecologista y más pueblo. Quién estaba en el lado bueno de la historia. Pero si yo mismo vivo ahora una lucha de clases es más bien la contraria. Que mientras viví en el centro de Barcelona ni tuve coche ni lo eché nunca de menos. Y es sólo ahora, cuando vivo fuera y trabajo dentro, que tengo que pelearme cada día con la casta de los ciclistas para llegar al trabajo y con la de los jabalíes para volver a casa. Cada trayecto por carretera es una batalla de los trabajadores contra los privilegiados por el ecologismo de moda.
Hoy hemos sacrificado horas de sueño y retenciones al altar de nuestros dioses. Nosotros hemos vuelto a demostrar nuestra paciencia y nuestros líderes su infinita bondad. Y ha sido todo un éxito, porque no podía ser de otro modo.