Política sin compasión
Solo odio: esto es lo que la nueva política y el nuevo periodismo activista han traído a la vida política española. Odio sectario, eso sí, porque las reglas de la nueva moralidad infantiloide no afectan a todos por igual: la izquierda puede seguir haciendo lo que le da la gana.
Solo odio: esto es lo que la nueva política y el nuevo periodismo activista han traído a la vida política española. Odio sectario, eso sí, porque las reglas de la nueva moralidad infantiloide no afectan a todos por igual: la izquierda puede seguir haciendo lo que le da la gana.
Tras una acusación falsa, y no digamos nada ante un desliz serio, entre los políticos españoles no hay comprensión, no hay compasión y no hay perdón: cuando un grupito de alborotadores organizados por una televisión sentencia culpabilidad, se lincha al político. Se le ataca sin complejos, abofeteándole con la mano abierta, quemando todo a su alrededor. Y se le sacude durante años porque para eso se usa la imposibilidad de borrar lo que se escribe en Internet.
Así es imposible hacer política.
Si a cada periodista se le recordara diariamente un descuido, una mala forma o la noticia falsa que anunció, no habría periodismo.
Si a cada juez se le expulsara de su trabajo cada vez que otro juez revocara su sentencia y eso sirviera para el fustigamiento público, no habría tribunales.
Si supiéramos los nombres de los inspectores fiscales que yerran en su trabajo y pudiéramos acudir a protestar a su casa, no habría inspecciones.
Pero un político que un día respondió mal a una increpación de un espontáneo, que escribió un tuit inapropiado, que tuvo una multa de tráfico o que se mofó de quien no debía, cava su tumba para la eternidad.
Da igual que se disculpe, que rectifique, que cambie de idea, que demuestre que la acusación es falsa…: está sentenciado a muerte por esta nueva casta política y esos periodistas que confunden periodismo con activismo.
Aunque si a quien le ocurre errar es un intachable político de izquierdas, saben mirar para otro lado. Y si la protagonista es una activista feminista, a ser posible lesbiana, ahí sí que no hay nadie que se atreva a emitir un juicio contra las barbaridades que diga, los comportamientos que tenga, o los tuits que haya vomitado.
Sin comprensión, sin compasión y sin perdón la convivencia es imposible.