Democracia de ultratumba
Quien sabe de esto me aconseja que aproveche estos días efervescentes para escribir artículos de actualidad política. Ya vendrá, después, la rutina, pero ahora todo está fraguándose: alianzas, posiciones, discursos, ministerios, secretarías generales, etc. Claro que, coincidiendo con el día de difuntos, tras el día de todos los santos, ¿quién no habla de la eternidad política?
Quien sabe de esto me aconseja que aproveche estos días efervescentes para escribir artículos de actualidad política. Ya vendrá, después, la rutina, pero ahora todo está fraguándose: alianzas, posiciones, discursos, ministerios, secretarías generales, etc. Claro que, coincidiendo con el día de difuntos, tras el día de todos los santos, ¿quién no habla de la eternidad política?
La Edad Media se recreó en una idea extraordinariamente igualitaria: la democracia de ultratumba. La muerte era para príncipes y siervos, para obispos y mendigos, inexorable, idéntica e impasible. Aquello compensaba de una sociedad jerárquica y estamentalizada. Véase a Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/ qu’es el morir;/ allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ e consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ e más chicos,/ allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ e los ricos”. La idea venía de la Antigüedad, pero en el Medievo gustó tanto que se le quitó el austero manto estoico y se transformó en una danza.
La modernidad, que está hecha, parafraseando a Chesterton, de ideas medievales que se volvieron locas, ha llevado al paroxismo la idea de la muerte como epítome de la democracia. Tras el frenesí de muertes a millones que ha acompañado a toda revolución, empezando por la francesa y siguiendo por las socialistas y las nacionalsocialistas, puede verse la impaciencia del igualitarismo por extender su nivelado ideal. Visto así, cualquier diferencia se convierte de inmediato en una muestra de vitalidad y en una salvaguarda de libertad. ¿Cómo no amarla? Por la igualdad, tan mortecina en el fondo, no hay prisa ninguna, diría uno, si le dejasen votar.
Un teórico político neo-güelfo-blanco tendría, pues, que desplazar la apoteosis democrática del día de los difuntos al día de todos los santos, tratando de reflejar en el mundo la estructura del reino eterno. Tendríamos entonces jerarquías, al estilo de las descritas por Dante, con la democrática denominación de origen, además, de que el punto de partida sería la igualdad de la muerte, sólo que trascendida. El gran inconveniente, en cambio, es ¿que a quién le importa nada de esto, tan pendientes como estamos de alianzas, posiciones, discursos, ministerios, secretarías generales, etc? Hay días en que la visita a los cementerios, más que una costumbre, es una necesidad. La de hallar una audiencia receptiva.