Instrucciones elementales para ser una familia perfecta
No recuerdo a mis padres preocupándose explícitamente por mi felicidad. Lo que querían es que yo fuese “un hombre de provecho”, que estudiase “para que pudiera presentarme en cualquier parte”, que cumpliera mis compromisos, etc. Daban por supuesto que hacer las cosas con pundonor sale más a cuenta que ser un baldragas. Ahora los padres quieren que sus hijos sean felices para que las cosas les vayan bien. Les gustaría que la felicidad viniera en el equipamiento de serie de sus retoños, pero como no es así, andan tanteando a ver cómo forman una familia perfecta.
No recuerdo a mis padres preocupándose explícitamente por mi felicidad. Lo que querían es que yo fuese “un hombre de provecho”, que estudiase “para que pudiera presentarme en cualquier parte”, que cumpliera mis compromisos, etc. Daban por supuesto que hacer las cosas con pundonor sale más a cuenta que ser un baldragas. Ahora los padres quieren que sus hijos sean felices para que las cosas les vayan bien. Les gustaría que la felicidad viniera en el equipamiento de serie de sus retoños, pero como no es así, andan tanteando a ver cómo forman una familia perfecta.
Después de estudiar a fondo esta cuestión, he llegado a la conclusión de que podría alcanzarse este ideal de perfección familiar si se dieran las siguientes condiciones:
Primera: Tener el segundo hijo antes que el primero. Esto contribuiría mucho al relajamiento de la vida familiar.
Segunda: conseguir que los hijos nazcan con más sentido común que energía, porque si siguen empeñados en nacer con más energía que sentido común para controlarla, tenemos que ser los padres los que compensemos el sentido común que les falta, y eso cansa.
Tercera: disponer de la posibilidad de congelar el tiempo cuando vemos llegar un problema, y así poder consultar en los manuales de cómo ser un padre perfecto la conducta precisa a seguir.
Cuarta: encontrar la manera de que nuestros hijos adquieran buenos hábitos sin que tengamos que preocuparnos por ello.
Quinta: poder programar semanalmente los estados de ánimo de cada uno de los miembros de la familia, para garantizar que, por ejemplo, a la hora de la cena todos estaremos con la mejor predisposición para hablar de cómo nos ha ido el día, que nuestros hijos se irán felices a la cama en cuanto se lo insinuemos y que se levantarán con el mejor humor en cuanto les suene el despertador.
Si tu familia cumple estas cinco condiciones, permíteme que saque el reclinatorio para arrodillarme ante ti. Si no es así, deberías pensar que, ya que no puedes tener una familia perfecta, es racional aspirar a lo que está por debajo de la perfección, es decir, a la imperfección neurótica propia de una familia normal. Que quede claro que tener una familia normal es un chollo psicológico. ¿Que qué es una familia normal? Pues aquella capaz de lidiar con sus neurosis cotidianas sin sobrecargarlas con demasiados aspavientos. Ninguna familia puede legar en herencia a sus hijos las respuestas a todos sus problemas, pero las familias normales –o sea, sensatamente imperfectas- saben que encarar los problemas con una cierta tranquilidad ayuda a ver con más claridad las alternativas posibles. Esto no garantiza nuestra felicidad, pero nos ayuda a ser menos infelices y a compensar en la medida de lo posible nuestras infelicidades inevitables.
El cónsul Servilio Gémino visitó un día al pintor Lucio Mallio y observando el contraste entre la belleza de las figuras que pintaba y la fealdad de sus hijos, le preguntó: “¿Cómo haces a tus hijos tan mal, pintando a los hombres tan bien?”. Mallio le respondió: “Porque hago a mis hijos a oscuras y pinto de día”. Ya me entienden lo que quiero decir.