Vivirás peor que tus padres
Los discursos drásticos y apocalípticos suelen tener clientela. Bien lo saben los publicistas y los lazarillos de toda idea sesgada e interesada, partidista pero no partidaria. Por eso, quizá convenga huir de las frases absolutas, esas que se construyen sobre un tono solemne de púlpito: suelen ser, tan sólo por evidente razón de espacios, simples, y alarmistas, y se sostienen más en el prejuicio que en el argumento, y esconden un mensaje que, lejos de lo que en un principio pretenden decir, busca inculcar doctrina –el para qué es demasiado complejo, y entra en el terreno de la conjetura-. Esas frases se manifiestan en forma de clichés y de tópicos que todos tenemos más o menos asumidos pero sobre los que no indagamos el alcance de su significado. Como todo cliché cuyo absurdo no es revelado, claro. Entre mi generación, chavales de veinte a treinta y tantos, finales de los ochenta, principio de los noventa, cunde la idea de que vivirás peor que tus padres. Es una expresión que ha surgido en torno a los años de la crisis (2007-?), a causa del desencanto general de una sociedad, joven, sobrecualificada en algunos casos, que ha visto frustradas sus aspiraciones laborales: recortes, disminución de los salarios, precariedad, emigración.
Los discursos drásticos y apocalípticos suelen tener clientela. Bien lo saben los publicistas y los lazarillos de toda idea sesgada e interesada, partidista pero no partidaria. Por eso, quizá convenga huir de las frases absolutas, esas que se construyen sobre un tono solemne de púlpito: suelen ser, tan sólo por evidente razón de espacios, simples, y alarmistas, y se sostienen más en el prejuicio que en el argumento, y esconden un mensaje que, lejos de lo que en un principio pretenden decir, busca inculcar doctrina –el para qué es demasiado complejo, y entra en el terreno de la conjetura-. Esas frases se manifiestan en forma de clichés y de tópicos que todos tenemos más o menos asumidos pero sobre los que no indagamos el alcance de su significado. Como todo cliché cuyo absurdo no es revelado, claro. Entre mi generación, chavales de veinte a treinta y tantos, finales de los ochenta, principio de los noventa, cunde la idea de que vivirás peor que tus padres. Es una expresión que ha surgido en torno a los años de la crisis (2007-?), a causa del desencanto general de una sociedad, joven, sobrecualificada en algunos casos, que ha visto frustradas sus aspiraciones laborales: recortes, disminución de los salarios, precariedad, emigración.
La primera idea que se extrae de ese vivirás peor que tus padres está en el verbo. Futuro. Por tanto, es una frase que en su primera palabra, ya, te limita un tiempo que aún no has conocido. Te condiciona, preestablece un lugar en el que aún, a no ser que dispongas de un don sobrenatural, no te encuentras. Esto es interesante, pues si el verbo concluye un futuro es señal de que te están determinando, del mismo modo, un presente. Aquello será, si estamos de acuerdo en que el tiempo histórico es lineal, una conclusión, un efecto, que tendrá una causa, un origen. Quizá lo mejor sea, como es costumbre, empezar por el principio. Y ahí habrá que acudir.
El principio de aquel vivirás se traslada al hoy, la generación aquella que vivirá por la generación esta que vive. ¿Y cuál es el contexto, punto de partida, de esa generación que vivirá peor que sus padres? Pues en lo político, por ejemplo, son –somos- unos jóvenes que han conocido una democracia liberal cuya Constitución e instituciones están resistiendo a la corrupción, al nacionalismo y al populismo –lo que en la historia reciente de España es mucho resistir-. Sus –nuestros- padres no lo tuvieron tan fácil: ahí estuvo perenne una dictadura cuartelera. En cuanto a lo social, son –somos- unos jóvenes que disfrutan de una sociedad en la que el analfabetismo es, presupuesto y biblioteca pública mediante, una opción; una sociedad que crece europea, cosmopolita y liberal, con unos valores, por suerte indiscutibles para la mayoría, que van del principio de igualdad formal a la tolerancia con las minorías: raza, religión… que cada uno exponga su caso. Tanto es así que hasta existen personas cansadas de que a los problemas se les den soluciones moderadas y bienintencionadas, lo que algunos han llamado “buenismo”. Digamos que nos podemos permitir el lujo de hartarnos de una conducta cuyo defecto, en el peor de los casos, no pasa de una ingenua sentimentalidad por hacer el bien. En lo político y en lo social no sé si se vivirá peor, lo que está claro es que en esta generación sobre la que pesa la losa del cliché no se vive peor que en la anterior, en la de sus padres: por algo se empieza. Distinto es lo económico, gritan desde el público. Y eso es cierto: cuesta decir adiós en casa –sólo un 35.1% de los jóvenes de entre 25-29 años se ha emancipado, según informe del Consejo de la Juventud-, trabajos temporales –aunque las reformas de 2010 y de 2012 quisieron ponerlo difícil- y sueldos bastante modestos –qué nos vamos a contar-. Aun así, qué atrevido adelantar acontecimientos. Sobre todo cuando estos serán, a lo sumo, una posibilidad, y no una conclusión.
No sé si viviremos peor que nuestros padres. Desconozco, visto el plan, las fórmulas del azar. Sólo sospecho, al igual que los colegas novelistas, que para configurar las tramas del futuro hay que entender los códigos del presente. Y este ahora, este presente, aun con adversidades, es el mejor de todos los posibles, de todos los que nos han precedido. De aquí en adelante, como la copla popular, a hacer camino. Y a mirar la fecha de caducidad de esos discursos enlatados.