Las revoluciones de los ricos
Mientras nos entretenemos en nuestras bagatelas, pasa de largo la vida de verdad. Luego con el correr de los años volvemos la vista atrás y nos decimos “¡cómo pudimos ser tan inconscientes, cómo pudimos estar tan ciegos!” Ahora, mientras arden en llamas Galicia y Portugal, como cada año, ahondando en la catástrofe ecológica y la desertización del territorio, según una dinámica que deberíamos haber afrontado hace décadas con un debate público serio, con una verdadera política de Estado… andamos ocupadísimos manejando el juguete del secesionismo en el otro extremo de la periferia nacional.
Mientras nos entretenemos en nuestras bagatelas, pasa de largo la vida de verdad. Luego con el correr de los años volvemos la vista atrás y nos decimos “¡cómo pudimos ser tan inconscientes, cómo pudimos estar tan ciegos!” Ahora, mientras arden en llamas Galicia y Portugal, como cada año, ahondando en la catástrofe ecológica y la desertización del territorio, según una dinámica que deberíamos haber afrontado hace décadas con un debate público serio, con una verdadera política de Estado… andamos ocupadísimos manejando el juguete del secesionismo en el otro extremo de la periferia nacional.
La juventud francesa de los años sesenta, seguramente la generación más inquieta, la mejor informada, la más intelectualizada de la historia, la que tendía las antenas de su interés hacia los fenómenos políticos más lejanos… sentía que la formidable prosperidad en la que vivía –desconocida hasta entonces, y que seguramente ya nunca volveremos a alcanzar—era una cárcel, y abrazaba el ideal, nada menos, que del maoísmo. No a De Gaulle, sí a la Revolución cultural del comunismo chino. Aquellos chicos tan leídos y cultivados, aquellos chicos tan libertarios, leían, en serio, el pequeño libro rojo de Mao y meditaban en sus estúpidas sentencias.
Pues si una generación tan cultivada derrapó tanto, si tuvo lemas tan pueriles, y tan inaceptables para un sujeto político como “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, ¿por qué debería extrañarnos, por qué sorprendernos de que en una comunidad autónoma española, una de las regiones más prósperas y libres del mundo, unas masas de pánfilos se alcen clamorosamente para reclamar, para exigir, embutidos en camisetas amarillas, la democracia de la que ya disfrutan y la libertad de la que ya van sobrados?
Las revoluciones de los ricos tienen ese punto caprichoso del narcisismo delirante. Luego pasan los años pero no pasa la vergüenza, como pasan las llamas por el bosque y dejan el paisaje carbonizado.