Pero… ¿hubo alguna vez nacionalismo español?
Es cierto que con Aznar ondeó el trapo de Colón y muchos perdieron complejos nacionales, algunos incluso pasándose de la raya en su salida del armario. Pero más allá de la anécdota y de algún titular torero de Wert, no existe el nacionalismo español ni se le espera.
Por fin me zampo ‘La conjura de los irresponsables’ de Jordi Amat. Un gran esfuerzo de síntesis y comprensión del delirio. Sólido y pulcro el relato se desgrana a manera de crónica impaciente y no tiene reparos en presentarse con las hechuras del panfleto.
Es de agradecer la cronología que refresca la memoria de unos hechos que tienden al atropello. Amat intenta el sosiego pero finalmente la realidad vertiginosa acaba succionándolo en unas conclusiones de las que discrepo en su mayor parte. Amat es una inteligencia rara en su generación (que también es la mía) y posee una capacidad de trabajo extraordinaria y envidiable.
Como además, y él bien lo sabe, le tengo en alta estima y consideración intelectual me ha resultado todavía más chirriante su insistencia en el sintagma ‘nacionalismo español’, que, más allá de broncas alucinaciones etílicas reclamando la propiedad de Gibraltar, murió en la cama con aquél aunque la chiquillada chillona y neoconvergente de los digitales subvencionados lo pretenda resucitar a diario con su plúmbea prosa güija.
Durante años las muestras de españolidad se limitaron a los sufridos y sudorosos cánticos de un señor Manolo acompañado de su bombo. Las miserias del nacionalismo franquista aconsejaron guardar todos los bártulos simbólicos dentro de un oscuro cuarto de banderas sentimental.
Es cierto que con Aznar ondeó el trapo de Colón y muchos perdieron complejos nacionales, algunos incluso pasándose de la raya en su salida del armario. Pero más allá de la anécdota y de algún titular torero de Wert, no existe el nacionalismo español ni se le espera.
Entiendo que los catalanistas lúcidos y leídos no puedan reprimir el rubor vergonzante cada vez que se encaran con el nacionalismo catalán y busquen alivio en la fantasía de un nacionalismo opuesto y compensatorio. Pero no se engañen: es una trampa más de ese estado de permanente alteración perceptiva llamado el procés.
La manipulación de la historia con fines victimistas y beligerantes, la utilización de los medios de comunicación públicos como órganos de propaganda de una causa, la justificación patriótica del choriceo, la fractura sibilina de una sociedad, el señalamiento de buenos y malos ciudadanos desde las instituciones y asociaciones variopintas son algunos de los principales rasgos del nacionalismo. Todo ello envolviéndose en una bandera tan manchada de mierda y sangre como las demás. Pero mal que les pese a algunos en este caso no es la española.