THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

Ciudadanos, ¿a las armas?

Hay algo interesantemente ambiguo en la voluntad del presidente Macron de restablecer alguna forma de servicio militar obligatorio en Francia. La medida es al mismo tiempo progresista y reaccionaria. Es progresista el principio de que la defensa nacional sea obligación y tarea de todos sus ciudadanos adultos, sin discriminación por clase. Y no cabe dudar del linaje republicano de la propuesta: fueron los revolucionarios franceses los que en 1798 implantaron por vez primera la conscripción universal en la Europa contemporánea: «Todo francés es soldado y se debe a la defensa de la Patria».

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Ciudadanos, ¿a las armas?

Reuters

Hay algo interesantemente ambiguo en la voluntad del presidente Macron de restablecer
alguna forma de servicio militar obligatorio en Francia. La medida es al mismo tiempo
progresista y reaccionaria. Es progresista el principio de que la defensa nacional sea
obligación y tarea de todos sus ciudadanos adultos, sin discriminación por clase. Y no
cabe dudar del linaje republicano de la propuesta: fueron los revolucionarios franceses
los que en 1798 implantaron por vez primera la conscripción universal en la Europa
contemporánea: «Todo francés es soldado y se debe a la defensa de la Patria«. Frente al
variopinto conglomerado de vasallos, mercenarios y voluntarios que eran los ejércitos
reales durante el Antiguo Régimen, la Revolución inaugura un paradigma radicalmente
democrático e igualitarista: el ejército es «la nación en armas» y cada ciudadano adulto
un soldado cada vez que el enemigo esté a las puertas. «Aux armes, citoyens!!» reza el
más famoso de los himnos.

Pero lo que un día fue revolucionario puede resultar hoy reaccionario, dicho sea en su
sentido más neutro: aquello que es expresivo del deseo de volver a un tiempo pasado,
separado del presente y difícilmente resucitable en el futuro. Los europeos del siglo XXI
vivimos ya en un mundo definitivamente post-heroico e individualista, donde la idea de
morir por la patria nos resulta extravagante y la sugerencia de desviar la atención de
nuestros asuntos para aprender a montar un fusil, un engorro innecesario. Para algunos
se tratará de algo contrario a sus convicciones pacifistas, para casi todos, una molestia
superflua. Cierto, el estatuto de la ciudadanía conlleva deberes, no solo derechos: ¿pero
no contribuye ya con sus impuestos el ciudadano a financiar un ejército profesional? El
acto republicano hoy no es empuñar la bayoneta, sino hacer la declaración de la renta.
Claro es: a Macron no le mueve el imperativo estratégico de contar con una masa de
reservistas. Nadie puede creer que en la era de los drones y de los misiles inteligentes un
regimiento de ciudadanos desentrenados tenga algo que aportar a la defensa nacional.
De ahí la poca simpatía con que el Estado mayor francés ha acogido la propuesta: teme
tener que desviar recursos para formar a 600.000 jóvenes al año en poco más que un
curso de socorrismo y evacuación.

Pero tampoco cuesta entender que la motivación de Macron no es militar sino política: reanimar el alma republicana de los franceses y contagiarla de virtud cívica. Se trata de recuperar la idea, vieja como la falange hoplita, del ejército como escuela de ciudadanía. Está sin duda justificado pensar que un mes de convivencia interclasista fuera de casa puede rendir un beneficio personal y colectivo. Pero de nuevo, brota el escepticismo: si el programa de actividades es liviano, apenas se
estará cargando al presupuesto un mes de ocio para licenciados; a poco que su carácter sea genuinamente castrense, habrá protestas y escaqueo. Bienintencionado y en teoría saludable, el plan de Macron se estrella contra el zeitgeist: antes vendrá la derrota que la leva. Desde la cristalera del Elíseo, Macron espera unas golondrinas que no volverán.

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