THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Un epitafio para el sistema educativo

El otro día leía el magnífico ensayo titulado «Contar es escuchar», que firma Ursula K. Le Guin y que ha publicado en España la editorial Círculo de Tiza, cuando en mitad del romance me encontré con una frase lapidaria: «El alfabetismo debe ser un principio y no un fin, pero en este país sólo sirve para leer las instrucciones de uso».

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Un epitafio para el sistema educativo

El otro día leía el magnífico ensayo titulado «Contar es escuchar», que firma Ursula K. Le Guin y que ha publicado en España la editorial Círculo de Tiza, cuando en mitad del romance me encontré con una frase lapidaria: «El alfabetismo debe ser un principio y no un fin, pero en este país sólo sirve para leer las instrucciones de uso». Y fíjense que no pudo parecerme más acertada la sentencia de esta maravillosa escritora recientemente fallecida, que deja reflexiones así sobre mi memoria como si quisiera restregarme un epitafio en cada página. Pero meditaciones funestas aparte, digo que no puede parecerme más acertada dados los últimos acontecimientos, esos que tienen que ver con Cristina Cifuentes, el máster en no sé qué universidad pública y todo eso. Perdone, Ursula, que sea capaz de mezclarla con un asunto tan nimio, tan bluf, tan casposo; pero uno no es dueño de sus redes neuronales. Y es que el asunto Cifuentes responde a una tendencia que nos ha cubierto a todos los que dependemos del sistema educativo, precisamente, de caspa. El hábito de estudio sólo se concibe hoy como un simple producto mercantil, libros de texto que puedas intercambiar por plata, nada más. El puñetero máster de Cifuentes eleva esta tendencia a la máxima potencia: ella adquiere un producto, en este caso el máster, sin importar la poca o mucha enseñanza que pudiera haber en él. Ya lo podrá intercambiar mañana por la conveniente plata.

La frase de K. Le Guin la interpreto en ese plano: estudia para leer las instrucciones de uso de aquello que hayas adquirido con tu dinero, no para descifrar ese uso por ti mismo. El alfabetismo como fin y no como principio. Mientras proliferan los másteres, los cursos y las certificaciones de ésta u otra empresa, se apaga Filosofía, y con ella el espíritu crítico; se apaga Latín, y con él los cimientos de nuestro pensamiento; se apaga Literatura Universal, y con ella la capacidad imaginativa; la literatura propia se queda para calzar mesas; y las enseñanzas lingüísticas se difuminan entre politiqueo y banderas. Se pierde todo lo que huela a Humanidades porque el palabro queda muy mal junto a esos ya pronunciados: mercado, producto, etc. La cosa no mejora en lo que no son Humanidades. Memoriza durante los minutos que dura un examen la tabla periódica, memoriza el coseno de noventa, memoriza E=mc2, memoriza el biotopo marino. ¿Para qué? Sólo para colgar un máster en la pared de casa, no para desarrollarte interiormente. Los únicos que se escapan a este desinterés académico son los idiomas. Ahora todo el mundo los quiere, quizá para poder traducir el anglicismo «máster», qué sé yo.

Me temo que queda poco para que la mejor manera de conseguir un curro sea presentar másteres que hayas podido comprar (legalmente o ilegalmente) con otros másteres (si es que no se hace ya, hace tiempo que no actualizo LinkedIn). Cuando ese día llegue, sea tarde o pronto, que me busquen contando los epitafios de Ursula K. Le Guin.

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