THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Un bucle violento

Nací en Bilbao y pasé toda mi infancia consciente y los inicios de la adolescencia en Orense. Cuando a los 14 años volví al País Vasco, mi sueño de futuro era terminar siendo un periodista. Sin embargo, el regreso hizo que me decidiera por la historia.

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Un bucle violento

Reuters

Nací en Bilbao y pasé toda mi infancia consciente y los inicios de la adolescencia en Orense. Cuando a los 14 años volví al País Vasco, mi sueño de futuro era terminar siendo un periodista. Sin embargo, el regreso hizo que me decidiera por la historia. Aquel adolescente que fui era sociológicamente nacionalista vasco. Mirando hacia atrás tampoco me extraña. Llamarme Joseba, pese a mi primer apellido, me hacía ser diferente. Me refería a mi padre como aita, aunque nunca consiguió que me hiciera del Athletic. Recuerdo que señalé en mayúsculas el nombre de Sabino Arana en mis apuntes de Historia de España de octavo de EGB. Y hasta llegué a comprar en una librería orensana un pequeño diccionario euskera-español. Un profundo acento gallego o mi primer apellido no impedían que fuera reconocido como vasco.

Este nacionalismo sociológico acabó rápidamente en Bilbao. El choque identitario era evidente. Para ser vasco era muy peculiar. Para ser gallego, también. Y, para añadir más dificultades a un simplista encasillamiento, mi pueblo se encontraba en La Rioja. Me fui deshaciendo de las querencias nacionalistas. Mi padre se dedicó a hacer una colección de la historia del Athletic con el Deia, el diario de cabecera del PNV. Como futuro aprendiz del oficio, cada día me lo leía de arriba abajo comenzando siempre por los deportes. Allí descubrí que, si aquello era el nacionalismo, yo no quería ser nacionalista. Me llamaba la atención que habitualmente los dardos dialécticos iban dirigidos a un tal Jon Juaristi. Aún no sabía quién era, pero aquel tipo me empezó a caer bien. Tanto que, en unas Navidades ya lejanas, pedí su libro El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos al Olentzero. Y me lo bebí en dos días de vacaciones.

Juaristi me ayudó a descubrir que yo jamás tendría la posibilidad de escuchar aquellas potentes voces ancestrales. No entendía bien cómo podían ser tan importantes cosas que habían sucedido durante la Primera Guerra Carlista e, incluso, mucho antes. Juaristi también me abrió, con su profusa erudición, al complejo mundo de la historiografía vasca. Después de El bucle melancólico, que releo cada cierto tiempo, comencé a leer compulsivamente a muchos de los historiadores vascos que después han sido maestros y compañeros. Dejé de lado aquello de ser periodista para comprender, de alguna manera, el pasado. Puedo resultar pesimista, pero tampoco le pido mucho más a mi oficio. Como señalaba el reaccionario colombiano Nicolás Gómez Dávila, “la verdad está en la historia, pero la historia no es la verdad”.

ETA ha lanzado un comunicado que anticipa su disolución después de 853 asesinatos. Piden perdón como sólo ellos saben hacerlo. Piden perdón mientras se refieren a un “conflicto secular” que, en el fondo, es el único culpable de la violencia. Piden perdón por los muertos que no tenían relación con el “conflicto”. Como si no supiéramos que, desde su perspectiva de muerte, todos los que no estábamos a su lado éramos enemigos. Siempre les quedará el “conflicto” al que agarrarse, como bien remarcan sus voceros, para no asumir su responsabilidad última. Lo recordaba Jon Juaristi en Sacra Némesis: frente a ETA y su universo sólo nos queda la resistencia o el sometimiento. Según parece, la banda desaparecerá en unas semanas. Más difícil será que lo haga el bucle violento de odio y terror que han generado con su existencia. Alsasua es una muestra de ello.

ETA decidió matar en un contexto concreto. Sus miembros podían haber escogido un camino diferente entonces. Contra lo que pudiera pensarse, ese “conflicto vasco” de origen incierto y milenario al que tanto se refieren – no solamente los etarras- nunca ha existido como tal. No fue con las guerras carlistas, ni con la conquista por las tropas franquistas del País Vasco. La decisión se tomó en 1968. La principal amenaza a la que nos enfrentamos hoy es que un relato exculpatorio termine triunfando y blanquee su actividad terrorista. Sus secuaces llevan años intentándolo. Estas cinco décadas nos han permitido conocerlos desde sus más oscuras entrañas. Y sabemos que no les debemos nada.

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