Cuando ya nadie espera
Nos desespera perder el tiempo. Y es que nos repiten machaconamente que este siempre es oro. Ni sabemos esperar, ni sabemos qué esperar. No hemos sido educados en la espera. Deseamos vivir la inmediatez. Todo lo queremos aquí y ahora, instantáneamente. Nos repetimos: siempre, todo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los retrasos nos angustian e incomodan. El ejercicio es sencillo. ¿Qué nos sucede cuando nos enfrentamos a una conexión de internet más lenta de la que usamos habitualmente? Para la mayoría, por muy banal que sea la búsqueda, se trata de una experiencia desquiciante e inquietante. Lo mismo sucede con nuestra participación en el debate público en las redes. Fallamos demasiadas veces, pero no aprendemos del error.
Nos desespera perder el tiempo. Y es que nos repiten machaconamente que este siempre es oro. Ni sabemos esperar, ni sabemos qué esperar. No hemos sido educados en la espera. Deseamos vivir la inmediatez. Todo lo queremos aquí y ahora, instantáneamente. Nos repetimos: siempre, todo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los retrasos nos angustian e incomodan. El ejercicio es sencillo. ¿Qué nos sucede cuando nos enfrentamos a una conexión de internet más lenta de la que usamos habitualmente? Para la mayoría, por muy banal que sea la búsqueda, se trata de una experiencia desquiciante e inquietante. Lo mismo sucede con nuestra participación en el debate público en las redes. Fallamos demasiadas veces, pero no aprendemos del error.
La espera parece no tener recompensa, y la incertidumbre que genera nos desespera y ofusca. Es, como señala la periodista Andrea Köhler en una breve joya titulada El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, la abundancia de la falta de tiempo es la paradoja constitutiva de nuestra época. Sin darnos cuenta, quizá, estemos malgastando nuestras vidas al intentar no perder más el tiempo. Pero no seamos pesimistas. O, al menos, no del todo. Si bien el miedo a la espera constituye el principal síntoma de nuestra inmadurez emocional como sociedad, este proceso cultural no es irreversible.
Aunque a veces nos cueste descubrirlo, también somos en la espera. La espera teje de forma invisible los hilos de la esperanza y se convierte en un espacio providencial de transformación alejado del ruido ambiental. La espera puede llegar a ser luz confiada y luminosa confianza. El poeta judío Edmond Jabès destacó la figura del extranjero como un modelo ideal. Nadie espera al extranjero, es él quien espera. La espera nos permite hacer este sencillo ejercicio de convertirnos en forasteros frente a una realidad demasiado familiar. El arte de la espera ejerce como un remedio eficaz para vivir la esperanza con plenitud y se erige como estrategia de resistencia. A veces, no hace falta más que la certeza de la espera. No renunciemos a la belleza y a la armonía de esta verdad infatigable que renueva el mundo incesantemente. Y es que, como nos recordaba el maestro José Jiménez Lozano a través de las palabras de Heráclito, el que no espera lo inesperado, no lo encontrará jamás.