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El último superviviente

No tiene pinta el dimitido Mariano Rajoy de ser un hombre que se aburra sin hacer nada. Todo lo contrario. Después de cuarenta arduos años esquivando sables y propinando parsimoniosas y silentes puñaladas, el registrador de la propiedad bien se ha ganado el descanso de casino demorado y caminata urgente. Pierde la política española a un buen parlamentario. Por humor estupefacto y sorna sobrada. También es cierto que, por regla general, la oposición se lo ha puesto a huevo. Menos en su trágico final.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

No tiene pinta el dimitido Mariano Rajoy de ser un hombre que se aburra sin hacer nada. Todo lo contrario. Después de cuarenta arduos años esquivando sables y propinando parsimoniosas y silentes puñaladas, el registrador de la propiedad bien se ha ganado el descanso de casino demorado y caminata urgente. Pierde la política española a un buen parlamentario. Por humor estupefacto y sorna sobrada. También es cierto que, por regla general, la oposición se lo ha puesto a huevo. Menos en su trágico final.

Hay un punto de fin de raza en Rajoy. Esos tecnócratas metidos a políticos que interiorizaron aquello de que resistir es vencer. Resistió durante años a la sombra de un Fraga omnímodo y absolutista. Resistió el mutismo temible de Aznar. Resistió en la oposición los felices años de opulencia y postureo de la ceja. Resistió la crisis y aplicó las recetas teutonas sin rechistar. Admitamos que, gracias a la combinación de pragmatismo y capacidad negociadora, España evitó un rescate fatal. Nos quedamos con una tutela que ha permitido cierta libertad de movimiento aceptando la crudeza de unos recortes salvajes que han abundado en unos abismos sociales peligrosísimos.

Por su tendencia al inmovilismo (si nos ponemos eufemísticos) a Rajoy se le considera un político cuya táctica se fundamenta en la óptima gestión de los tiempos. Hablando en plata: sus propuestas para solventar marrones era posponer soluciones. Así con el independentismo catalán. Su gran fracaso y el factor determinante de su derrota definitiva en política. Optó primero por no hacer nada y luego por un apaciguamiento tibio e ineficaz, con una ‘operación Cataluña’ completamente inoperante.

No le pedíamos que fuera un tuitero feroz, pero sí que por lo menos fuera capaz de dar el salto del plasma. La estrategia de comunicación del gobierno de Rajoy quedará como ejemplo de todo aquello que no se debe hacer en la política moderna. Cuando te enfrentas a la peor crisis institucional que ha vivido España en sus años de democracia no vale pergeñar un vídeo donde afirmas que ‘los catalanes hacen cosas’. Por cosas así hasta perecen los eternos supervivientes.