THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Catalá tan contento

La principal razón por la que tendría que dimitir Catalá es porque no ha tenido que dimitir. Obviamente, por pedagogía: para que aprendiésemos que hay frases y actitudes que tendrían que ser inaceptables en un ministro de Justicia.

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Catalá tan contento

La principal razón por la que tendría que dimitir Catalá es porque no ha tenido que dimitir. Obviamente, por pedagogía: para que aprendiésemos que hay frases y actitudes que tendrían que ser inaceptables en un ministro de Justicia. Sería milagroso que un político fuese capaz de decirle a la opinión pública: “No habéis pedido mi dimisión y justo por eso dimito, porque hay cosas —la división de poderes, la independencia del poder judicial, la vergüenza torera— que no dependen de un estado de nervios, ni del vuestro ni, ay, del mío, sino del Estado de Derecho”.

Ocurre lo contrario. Sólo dimiten los sabios, como el catedrático Muñoz Conde, que se ha ido de la Comisión de Codificación espantado por la “demagogia punitiva” que las protestas por la sentencia han desatado. Catalá, que ha convocado la Comisión a toda pastilla, venía de cometer el error de acusar a uno de los jueces de La Manada de unos problemas difusos (que no ha aclarado) o personales o profesionales y le achuchó al CGPJ. Quería ponerse el primero en la manifestación de la indignación popular contra la sentencia por cálculos políticos. Entonces se pasó de frenada y quedó en evidencia. Margarita Robles acudió en su ayuda y casi lo hunde. Menos mal (para Catalá) que Pedro Sánchez hizo el movimiento inteligente de su vida y le llamó “torpe”. Con eso, calmó a los que estaban indignados, desfondando a los que pedían su dimisión. “Torpe” y gracias.

Pero el torpe está a tope. Ha convocado la susodicha comisión, empujado por las protestas sociales, empujando las reformas en caliente. Y, al menos en dos ocasiones, se ha reafirmado en sus tesis de una justicia con visión de género y en que los jueces tendrían que adaptar el Derecho a la sensibilidad social de cada instante.

Rafael Catalá ha optado, pues, por “sostenella y no enmendalla”. Y eso convierte su actitud en muchísimo más grave. No fue un fervorín de ministro de derechas queriendo caer bien a las masas. No. Es el fervor del que empieza a gustarse y se cree que todo el Montesquieu es orégano. ¿Qué separación de poderes ni qué puñetas (precisamente) si él puede adornarse ante la opinión pública a base de imitarla y sólo nos quejamos los cuatro pesados de siempre? Ha sorteado la crisis a base de insistir. Como siga así, hasta Pedro Sánchez va a tener que retirar lo de torpe.

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