El PNV y las paradojas vasco-catalanas
El Gobierno de Rajoy ha caído gracias a los votos del PNV. La formación fundada por Sabino Arana es la envidia de politólogos y comentaristas. Tiene el poder total en el País Vasco y ha sido y sigue siendo pieza clave de la gobernabilidad en España.
El Gobierno de Rajoy ha caído gracias a los votos del PNV. La formación fundada por Sabino Arana es la envidia de politólogos y comentaristas. Tiene el poder total en el País Vasco y ha sido y sigue siendo pieza clave de la gobernabilidad en España. ¿Dónde está el secreto de su éxito? Algunos señalan que al dividir claramente entre partido y administración, se produce un reparto de funciones que blinda a aquel de posibles responsabilidades. Al margen de la escasa importancia práctica de esta diferenciación, es importante recordar que Urkullu es hoy simultáneamente Lehendakari y Presidente del Euskadi Buru Batzar.
En mi opinión, la eficacia probada del PNV se explica aplicando algunas dosis de teología política. El partido presidido por Urkullu lleva casi 40 años no solo gestionando las instituciones, sino la propia sociedad. El País Vasco se ha ido ordenando en este tiempo como una especie de congregación ideológica. El famoso pluralismo político vasco es aparente: el PNV aprueba habitualmente presupuestos autonómicos con el PP y el PSE, incluso gobierna en coalición con este último desde finales de 2016. Ahora bien, esta circunstancia apenas se proyecta en el poderoso sistema comunicativo regional, no tiene influencia en las políticas públicas y es negada en la producción cultural autonómica. Si no se lo creen, sigan con atención el proyecto de Estatuto uninacional que se está elaborando en la Cámara vasca.
Este contexto de homogeneidad permite en Madrid un política de pactos muy flexible, consentida por una comunidad de destino que premia a quien sabe trascender los intereses particulares en beneficio del bien común. ¿No ha venido haciendo la Iglesia algo parecido desde hace siglos con la redención de los pecados? Si van a preguntar a cualquier votante vasco qué le parece que el PNV haya acordado hace dos semanas el presupuesto con el PP y, a la siguiente, haya contribuido a derribar su Gobierno, se encogerá de hombros: los designios del Señor son inescrutables.
Y, sin embargo, el rictus de Aitor Esteban, Iñigo Urkullu y Andoni Ortuzar, tras la moción de censura, era bastante serio. La cara de los vascos es el espejo del alma. ¿Por qué esta preocupación? Obvio, lo que está en juego es el modelo de relación entre el Euskadi y el Estado. El PNV no es un partido rigurosamente foralista, pero ha hecho de la necesidad virtud y usa la Disposición Adicional 1ª CE como eje de lo que algunos llaman “políticas de reconocimiento”. Esas políticas han servido para conseguir de los Gobiernos centrales en minoría fabulosos acuerdos financieros, como la mejora del Cupo o los ingresos extraordinarios vía presupuestos. El bandazo de la semana pasada encaja en un fenómeno que el PNV tiene que tratar de evitar: el abuso de foralidad (Solozábal).
Tal abuso se está trasladando a la opinión pública española en forma de una deslealtad, que sumada a la practicada por los secesionistas, ha podido contribuir al deterioro del modelo de nación privilegiada (Juaristi) que tanto ha costado erigir. El PNV ha detectado el momento constitucional que se ha producido en España desde octubre de 2017, que parece aprovechar Ciudadanos. Sin embargo, no ha sabido o no ha querido eludir la trampa política que le preparó el nacionalismo catalán con la censura, que se ha cobrado el apoyo presupuestario de los jeltzales a Rajoy en plena vigencia art. 155 CE. Paradojas vasco – catalanas.