THE OBJECTIVE
Natalia Bravo García

El distinguido placer de caminar

En algún momento, casi todos, hemos sentido ese miedo de que toda nuestra vida se tambalea, que cualquier decisión pende de un hilo y todo puede destruirse en cuestión de segundos. Durante esos días de desequilibrio, uno hace un viaje íntimo por todas las capas de su vida para reorientarse, como si de una carta de navegación se tratase, para retomar el rumbo y reencontrarse consigo mismo. Una jefa que tuve me recomendaba que aprovechara para caminar en los días raros.

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El distinguido placer de caminar

En algún momento, casi todos, hemos sentido ese miedo de que toda nuestra vida se tambalea, que cualquier decisión pende de un hilo y todo puede destruirse en cuestión de segundos. Durante esos días de desequilibrio, uno hace un viaje íntimo por todas las capas de su vida para reorientarse, como si de una carta de navegación se tratase, para retomar el rumbo y reencontrarse consigo mismo. Una jefa que tuve me recomendaba que aprovechara para caminar en los días raros.

Me imagino que por un proceso similar ha tenido que pasar Mariano Rajoy en sus últimas semanas, algo raras. Caracterizado por un trato afable entre sus más allegados, un hombre que no se enfada ni enfada a nadie, fue subiendo en lo público hasta alcanzar la presidencia de su partido y del país intentando esquivar los conflictos. Y, de repente, tuvo que enfrentarse a ver cómo toda una vida dedicada a la política acababa hecha migas.

No me quiero imaginar el amargo trago. Y todo venga de alguien al que daban por muerto, que consigue el apoyo necesario para sacar de la silla donde estaba aferrado el dirigente más aséptico y con más poder de la Cámara Baja. Y claro, Rajoy, luego con un qué hago ahora, a dónde voy, qué será de mí mañana. Quizá todas esas preguntas las deliberó con sus colegas, whisky en mano, las ocho horas que se ausentó del pleno que lo destituía, quizá el día que más cabreado lo vieron los suyos. Y después de eso, digo yo, toma un camino para meditar y reorientarse. De mi patria y de mí mismo marcho.

El hombre de los largos pero ligeros paseos matutinos arrancó ayer su nueva jornada laboral como registrador de la propiedad en Santa Pola. El señor que nunca se pelea con nadie retomó la profesión que había abandonado hace 30 años. Como si hubiera sido solo el parón de unas largas y disfrutadas vacaciones, Rajoy salió del hotel donde se aloja temporalmente, junto a la playa del Postiguet, e hizo algo de ejercicio por el paseo marítimo del municipio alicantino antes de incorporarse a su puesto de trabajo. Su ritual caminar, a una velocidad más ágil que el paseo, pero menos enérgica que correr, le permite conversar con uno mismo, con el paisaje, saludar a quien se cruce a su paseo y todo ello sin peligro a tropezarse.

Tan bien le tuvo que sentar, que volvió tranquilo al hotel, sin darse cuenta de la hora, para darse una ducha y refrescar el cuerpo tras el ejercicio. Lo haría con ese silbido, esa barbilla alzada y ese rostro sonriente de quien vive despreocupado de los dramas del país. Si hubiera llovido, no hubiera reaccionado a quedarse empapado. Tras la ducha, se habría abrochado, uno a uno, los botones de su camisa blanca, y atándose los zapatos con esmero, dejando una lazada bonita.

Sumido plenamente en su actitud de ‘flâneur, el expresidente no reparó en la hora de inicio de su trabajo. Tenía que estar a las nueve, pero a falta de un hábito por adquirir, se presentó relajado cincuenta minutos más tarde. Para sumar más gestos nunca antes vistos en su anterior puesto de trabajo, se prestó incluso a regalar unas inauditas declaraciones a los medios, y sin televisor de por medio, a las puertas del Registro de la Propiedad. Un Mariano sereno, responde a los micros que “la vida continúa”. Nada que objetar de la batalla griega que le espera al que lidere su partido, a día de hoy desmembrado. Él, ese hombre tranquilo que evita los problemas, cree que hizo todo cuanto pudo.

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