Tipo de interés bajo
Leí y releí atentamente el último artículo de Pablo Mediavilla. Y suspiré: “— Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère! —”. También sufro el bloqueo previo a la escritura y también me planteo hondas dudas existenciales y abro otros libros y otras páginas (el artículo de Mediavilla, sin ir más lejos) y voy de aquí para allá, deseando pegarme un paseo en vespa. Pero eso lo ha descrito mejor él. Lo que me llamó poderosamente la atención fue esta frase: “No tengo suficiente información para comentar las polémicas del momento, y no me interesan”. Se me encendió una luz oscura: las polémicas del momento, específicamente del momento político, interesan menos que nunca.
Leí y releí atentamente el último artículo de Pablo Mediavilla. Y suspiré: “— Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère! —”. También sufro el bloqueo previo a la escritura y también me planteo hondas dudas existenciales y abro otros libros y otras páginas (el artículo de Mediavilla, sin ir más lejos) y voy de aquí para allá, deseando pegarme un paseo en vespa. Pero eso lo ha descrito mejor él. Lo que me llamó poderosamente la atención fue esta frase: “No tengo suficiente información para comentar las polémicas del momento, y no me interesan”. Se me encendió una luz oscura: las polémicas del momento, específicamente del momento político, interesan menos que nunca.
No creo que sea sólo una percepción personal. En teoría tendría que ser lo contrario, pues la complejidad aritmética y geométrica de los apoyos del Gobierno suelen dar mucho juego al columnista. Sánchez está amagando, como quien no quiere la cosa, medidas de gravedad constitucional. Y, siendo yo un columnista conservador, como es mi caso, siempre sería más fácil, además, escribir al contraataque, como lo ha sido siempre. ¿Qué pasa ahora?
Que todo se ha frivolizado. Hasta ahora los políticos nos mentían por castigo, pero dejaban un intervalo entre la promesa y su incumplimiento para que pudiese arraigar nuestra credulidad. Pedro Sánchez miente tan rápido (jamás iba a llegar al gobierno con los votos de los nacionalistas, convocaría elecciones en cuanto que llegase, regeneraría la televisión pública…), miente tan rápido, digo, que no nos deja tiempo ni para tomarnos en serio su palabra. Por otro lado, estos son sus principios y antes de que sepas cuáles son ya ha cambiado de principios. Marx por lo menos dejaba algo de iniciativa al interlocutor (“… si no le gustan…”). Sánchez los cambia aunque nos gusten. No termina uno de aclararse como en “la parte contratante de la primera parte”. Su compromiso con la Constitución es brumoso, en plan: “¿por qué no hacemos que la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte?” Sus guiños a los nacionalistas son constantes: prácticamente tics. Sus bandazos en política migratoria no sé si tendrán un efecto llamada, pero son, en efecto, llamativos. Etc.
Así no hay manera de cobrar interés en la política. He recordado a mi abuelo, gran jugador de ajedrez, al que irritaba más que perder enfrentarse a un jugador torpe, porque no podía prever sus desconcertantes movimientos desnortados. En el ámbito en el que se odian dos colores, un jugador de ajedrez necesita que su encarnizado enemigo sea su más inteligente colaborador. En el tenis pasa lo mismo: el rival ha de contribuir metiendo las bolas en la pista y siguiendo las reglas del juego.
Contra Rajoy todos escribíamos mejor, porque al menos él era eso de lo que tanto nos reíamos: previsible. Con Pedro Sánchez podemos echar un cuarto a espadas a cuenta de las fotos de las gafas y un cuarto a bastos con el Valle de los Caídos, pero la política ha perdido, de la noche a la mañana, casi toda su solidez.
Por supuesto, la realidad está debajo, con sus aristas y firmezas y ya nos daremos de bruces contra ella. Al tiempo. Pero mientras tanto estamos en lo vaporoso, en lo fotogénico, en lo palabrero. En lo poco interesante.