Arreglar el pasado, ¿labor de historiadores?
Hubo un tiempo en el que el foco del interés público se puso en las opiniones de los economistas. Y éstos, a su vez, fueron sustituidos por los politólogos unos años después. Ahora parece que ha llegado el momento de los historiadores.
Hubo un tiempo en el que el foco del interés público se puso en las opiniones de los economistas. Y éstos, a su vez, fueron sustituidos por los politólogos unos años después. Ahora parece que ha llegado el momento de los historiadores. Hace poco más de una semana que la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, usó la expresión “arreglar el pasado” cuando hablaba de la exhumación de los restos del dictador como un paso más hacia la generación de “un futuro feliz y justo”. Poco antes, desde su viaje oficial en Chile, el presidente Sánchez había hablado de una Comisión de la Verdad para “acordar una versión de país de lo que ocurrió durante la Guerra Civil y durante la dictadura franquista”. Si algunos historiadores estaban esperando su oportunidad para saltar al campo, no deberían dejar pasar el tren.
Vaya por delante que yo soy uno de ellos – de los historiadores, digo, no de los que estaban esperando la ocasión. Y me disgusta utilizar esta categoría profesional al entrar en el debate público porque se puede confundir mi opinión como ciudadano y como experto. Esto sería un tremendo error. Porque precisamente a los historiadores se les reclama constantemente lo mismo que ha afirmado el Gobierno: arreglar el pasado, crear un relato unívoco del pasado y entresacar algunas lecciones para el futuro. Con todo, el juicio político de los expertos es tan falible como el de los demás. Este tipo de predicciones, como demostró el psicólogo Philip E. Tetlock en su sugerente El juicio político de los expertos (Capitán Swing), no suelen superar a las hechas al azar. Los especialistas más reconocidos no lo son por sus aciertos, sino por sus opiniones taxativas e ideologizadas. No son pocos los que abandonan las exigencias del método científico en la conversación pública. Pero tampoco podemos ser pesimistas. Los académicos pueden ayudar a la reflexión personal y colectiva.
Volviendo al meollo de la cuestión. Decía el escritor esloveno Žarko Petan que, a veces, no se puede predecir ni el pasado. Y podríamos añadir nosotros, ¡como para arreglarlo! El publicista ruso Aleksandr Herzen, que fue reivindicado por Isaiah Berlin en diversos trabajos, ya lo había señalado a su manera: la historia no tiene libreto. Por esa razón no habrá jamás una versión única de los hechos pasados. El pasado, como recuerda la célebre frase, es un país extraño. Creo que la labor historiográfica es esencialmente deliberativa, ya que piensa el pasado en términos de la multiplicidad de consensos y conflictos entre individuos y grupos sociales, posicionamientos políticos y planteamientos económicos. Sin embargo, en muchas ocasiones se pide a los historiadores que arreglen el pasado desde un paradigma decisionista, pretendiendo eliminar la complejidad constitutiva del mismo para asentar una única opción de lectura. Frente a esta historia partisana solo nos queda, como sostiene el medievalista Nicolas Offenstadt, el combate continuo para desenmascarar estereotipos y denunciar los usos torcidos del pasado.