Banning Bannon
A principios de octubre se celebrará el Festival del New Yorker y lo hará sin la presencia de Steve Bannon. Ya sé que esto es parece como decir que según los organizadores no se espera la presencia de marcianos, pero no es lo mismo porque a Bannon el extraterrestre sí que lo habían invitado.
A principios de octubre se celebrará el Festival del New Yorker y lo hará sin la presencia de Steve Bannon. Ya sé que esto es parece como decir que según los organizadores no se espera la presencia de marcianos, pero no es lo mismo porque a Bannon el extraterrestre sí que lo habían invitado. Si finalmente no está es porque el editor de la revista, David Remnick, cedió ante la indignación de redactores, lectores y tuiteros. Al cancelar la invitación, Remnick ha dimitido de sus responsabilidades en favor de twitter. Le ha otorgado poder de veto a la masa enfurecida, y así es ya imposible editar nada.
La tentación de defenderse diciendo que nunca deberían haberlo invitado en primer lugar es también un error. Porque no sirve para calmar a las masas, que ya siempre podrán encontrar a quién vetar. Y por los viejos y repetidos argumentos en defensa de la libertad de expresión que tanto se repiten estos días por este y tantos otros casos. No hace falta recordarlos aquí, pero sí insistir en particular en la idea de que escuchar al discrepante no es un favor que le hacemos a él y que bien podría no merecer ni necesitar. Escuchar al discrepante es un favor que nos hacemos a nosotros mismos, que lo merecemos siempre todo, para evitar caer en la tentación de reducir nuestros argumentos a lemas y nuestras convicciones a dogmas. Es por eso, además, que aunque no creamos que las buenas ideas ganan siempre y necesariamente en un debate público y abierto, tenemos que entender que sólo pueden ganar allí.
Hay que escuchar al discrepante, decimos. Pero este principio tiene límites evidentes. Porque los adversarios son muchos y nuestro tiempo es escaso: hay que economizar. Pero eso hay que limitarse a escuchar a los más relevantes e interesantes, a los mejores, de los otros. Y Bannon es uno de ellos. Porque, contra lo que dicen sus partidarios y sus detractores, Bannon no es un deplorable cualquiera. Bannon es el deplorable que mejor representa ni más ni menos que al presente Presidente de los Estados Unidos y a millones de sus votantes. Bannon es un deplorable con estudios superiores, y muy superiores a la mayoría de los suyos y de los otros. Bannon es un idiota ilustrado y poderoso. Y aunque eso nos pueda parecer mal o nos pueda parecer triste, es una lección fundamental de la vida en libertad el que no podemos elegir a nuestros adversarios. Lo único que podemos elegir es cómo tratar con ellos. Podemos elegir el silencio, el insulto o la discrepancia pública. Y podemos confiar en la fuerza de la razón, de la censura o de la policía. Y entiendo que habrá casos y casos, pero si se trata de rebatir el discurso del poder es cuanto menos ingenuo confiar en la censura o en la policía. Lo único que queda es confiar que el uso público de la razón sirva al menos para hacerlos un poco más razonables. Lo suficiente al menos para que la libre discusión siga unos años más.
Y si al final sólo se tratase de ser mejores, de hacernos mejores, parece razonable esperar que los oídos sordos sean los suyos, que los censores sean los otros, los que insultan sean ellos y que el primer puñetazo no sea nunca en nuestro nombre.