THE OBJECTIVE
Lea Vélez

El hipocampo de las madres

Mis hijos me dan mis mejores ideas, tanto, que siento que soy mucho más lista desde que tengo niños. Bueno, no lo siento, lo sé. Pienso mejor, enfoco mejor la imagen del lugar al que quiero llegar, estoy más inspirada, tengo más determinación, paciencia, aprovecho cada segundo de tiempo como si el tiempo fueran billetes que voy recogiendo por la calle y el multitasking no tiene secretos para mí. Así que hoy me dio por preguntarme cómo conforman los hijos el cerebro de los adultos. Es bien conocido que los taxistas de Londres funcionan de conejillos de indias para muchos estudios científicos sobre la memoria, por aquello de que tienen que aprenderse 25.000 calles para pasar su examen, y se ha descubierto ya más de una vez (y de tres y de cuatro), que tienen el hipocampo de un hipopótamo, puesto que esta es la zona del cerebro en la que se almacenan toda esa barbaridad de información del callejero. Abundan también los artículos -favoritos de las redes- en los que se habla de la neuroplasticidad del cerebro, de las neuronas que nacen y mueren, de las dendritas y las sinapsis, y de cómo leer cambia físicamente la cualidad de nuestro órgano más importante. Gracias a unos señores muy listos de la universidad de Leipzig, sabemos que el cerebro consume más oxígeno mientras desciframos la letra impresa (cosa que era de cajón, pero no está de más demostrarlo). También abundan los artículos sobre otras ocurrencias espectaculares de la ciencia, como uno que les leí ayer a mis hijos sobre los metales que reaccionan a campos eléctricos para cambiar de forma o que sirven como “sangre electrónica” para futuros ordenadores basados en el funcionamiento cerebral. Sí, un líquido metálico que es, literalmente, sangre electrónica para ordenadores, fabricado a imagen y semejanza de la sangre que circula por el cerebro, que es al mismo tiempo la portadora de energía (oxígeno y nutrientes) y el líquido refrigerante del órgano más alucinante de la naturaleza. Otros muchos artículos fascinadores hablan de la terapia optométrica, es decir, el uso de gafas para corregir problemas en el cerebro y es que hoy sabemos que los cerebros tienen neuroplasticidad, esto es un hecho. Problemas en la visión pueden hacer que el cerebro funcione de maneras poco eficaces y, además, tras un trauma y una lesión, podemos reentrenarlo, redirigir los caminos del pensamiento poniéndonos nada menos que gafas.

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El hipocampo de las madres

Mis hijos me dan mis mejores ideas, tanto, que siento que soy mucho más lista desde que tengo niños. Bueno, no lo siento, lo sé. Pienso mejor, enfoco mejor la imagen del lugar al que quiero llegar, estoy más inspirada, tengo más determinación, paciencia, aprovecho cada segundo de tiempo como si el tiempo fueran billetes que voy recogiendo por la calle y el multitasking no tiene secretos para mí. Así que hoy me dio por preguntarme cómo conforman los hijos el cerebro de los adultos. Es bien conocido que los taxistas de Londres funcionan de conejillos de indias para muchos estudios científicos sobre la memoria, por aquello de que tienen que aprenderse 25.000 calles para pasar su examen, y se ha descubierto ya más de una vez (y de tres y de cuatro), que tienen el hipocampo de un hipopótamo, puesto que esta es la zona del cerebro en la que se almacenan toda esa barbaridad de información del callejero. Abundan también los artículos -favoritos de las redes- en los que se habla de la neuroplasticidad del cerebro, de las neuronas que nacen y mueren, de las dendritas y las sinapsis, y de cómo leer cambia físicamente la cualidad de nuestro órgano más importante. Gracias a unos señores muy listos de la universidad de Leipzig, sabemos que el cerebro consume más oxígeno mientras desciframos la letra impresa (cosa que era de cajón, pero no está de más demostrarlo). También abundan los artículos sobre otras ocurrencias espectaculares de la ciencia, como uno que les leí ayer a mis hijos sobre los metales que reaccionan a campos eléctricos para cambiar de forma o que sirven como “sangre electrónica” para futuros ordenadores basados en el funcionamiento cerebral. Sí, un líquido metálico que es, literalmente, sangre electrónica para ordenadores, fabricado a imagen y semejanza de la sangre que circula por el cerebro, que es al mismo tiempo la portadora de energía (oxígeno y nutrientes) y el líquido refrigerante del órgano más alucinante de la naturaleza. Otros muchos artículos fascinadores hablan de la terapia optométrica, es decir, el uso de gafas para corregir problemas en el cerebro y es que hoy sabemos que los cerebros tienen neuroplasticidad, esto es un hecho. Problemas en la visión pueden hacer que el cerebro funcione de maneras poco eficaces y, además, tras un trauma y una lesión, podemos reentrenarlo, redirigir los caminos del pensamiento poniéndonos nada menos que gafas.

Ante estas maravillas, la cantidad de calles, atajos y rotondas que me sé para llevar a los hijos al colegio evitando los atascos, yo me pregunto cómo de diferente, en lo que se refiere a mi hipocampo, me ha hecho la maternidad. Porque además de que las madres somos taxistas, de que vemos con los ojos de la infancia -una suerte de gafas-, de que nos llenamos de hormonas del embarazo, del parto más tarde, del amor y de la empatía, me digo que le achacamos al corazón todos los cambios, pero que estamos equivocados. Lo que más tiene que cambiar de una madre es el cerebro.

Yo sé que escribo mejor, que el punto de vista infantil aporta frescura a mi visión adulta y adocenada, que la alerta de madre enriquece mi día a día, que de alguna manera, miro mejor, pero de lo que hablo ahora es de la velocidad de procesamiento, de la calidad del acto de pensar, de que si pienso a veces por los tres, esto, inevitablemente, me ha desarrollado una suerte de cerebritos accesorios, como los de los tentáculos de los pulpos.

Hay investigaciones que hablan de cómo cambia el cerebro de las embarazadas para aumentar la empatía, fortaleciendo el llamado instinto maternal, hay estudios científicos que achacan a las hormonas de las embarazadas elementos neuroprotectores, pero me faltan datos para saber cómo son los cerebros de las madres una vez que han sido modificados por las experiencias, las miradas, los desvelos, las risas, la felicidad, la angustia, los atascos, las esperas en el coche, y esa constante empatía animal. Porque mi cerebro ha cambiado. Es más hermoso.

Científicos del mundo, dejad ya en paz a los taxistas de Londres, y haceos con unas cuantas madres monoparentales, que hace falta un estudio al respecto para demostrar lo que a mí me parece de cajón. Hay que investigar ya mismo los rincones más espectaculares de la maternidad.

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