Por qué leer
Qué fácil es educar a los hijos de los demás. Sus niños siempre son ruidosos porque nadie les ha puesto límites, o no saludan porque sus padres no les han inculcado buena educación. Otros escritores de éxito escriben libros de éxito porque se pliegan a los gustos de la masa, o escriben libros de no-éxito porque pretenden ser puros e intelectuales. Un amigo es puntilloso, demasiado, y quizá lo es demasiado porque obviamente, nosotros lo somos demasiado poco.
Qué fácil es educar a los hijos de los demás. Sus niños siempre son ruidosos porque nadie les ha puesto límites, o no saludan porque sus padres no les han inculcado buena educación. Otros escritores de éxito escriben libros de éxito porque se pliegan a los gustos de la masa, o escriben libros de no-éxito porque pretenden ser puros e intelectuales. Un amigo es puntilloso, demasiado, y quizá lo es demasiado porque obviamente, nosotros lo somos demasiado poco. Los jóvenes no comprenden lo que fue la Transición y están equivocados en sus quejas sobre la democracia actual y el sistema de gobierno o los viejos están anclados en la Transición cuando lo que hicieron fue cambiar de nombre las instituciones, pero seguir mandando igual que en el franquismo. Todos estos son mantras habituales de unos y otros, que se refrendan en grupo, mentiras, generalidades, reflexiones a lo bruto sobre “los demás”. Lo hacemos todos todo el rato, está en nuestro instinto y es también una forma de empatía, de ponernos en el lugar del otro, pero desde la incomprensión o la disensión. Imaginamos cómo piensan nuestros congéneres basándonos solo en nuestros propios miedos y frustraciones y para colmo, dictamos un juicio de valor rápido y rotundo: si va a misa, es un gilipollas, si es de Podemos, es un radical, si tartamudea, debe de ser lento de mollera. Lo interesante es que cuando hablamos de los demás, de quien más estamos hablando es de nosotros mismos y de nuestra falta de herramientas mentales para imaginar la vida del otro con complejidad.
Deducimos cómo piensan otros y por qué piensan lo que piensan basados en un mínimo vocabulario mental y hablo ahora de ese vocabulario instintivo, de símbolos interiorizados, imágenes y sentimientos. Imaginamos todo el rato y quizá deberíamos analizar más a menudo por qué pensamos como pensamos cada uno de nosotros. A fin de cuentas, dentro de nuestra propia mente sí que podemos entrar.
El ser humano es tan perfecto, que emplea para todo la ficción. Cualquier reflexión tira de imágenes ficticias, cualquier realidad también. Para imaginar escenas que no hemos visto cuando otra persona nos cuenta algo verdadero que les ha sucedido, como por ejemplo, caerse en la calle y torcerse un pie, usamos ficciones. “Y salí del mercado y tropecé con el bordillo…”, y mientras escuchamos la historia, nos imaginamos perfectamente un mercado en el que jamás hemos estado, lo pintamos con la mente. ¿Qué mercado?, otro, no el de este señor que se ha caído. Yo me imagino el de San Miguel, que es muy bonito. Luego, vemos el bordillo. Yo ahora estoy viendo en mi mente, con el ojo del cerebro, un bordillo muy concreto. El primer bordillo que me ha venido a la cabeza está en diagonal, es del lado derecho de una acera madrileña. Reflexiono sobre este bordillo imaginario, ¿de dónde sale?, me digo: pues es un bordillo de la plaza de Barceló a la que he ido docenas de veces, ¿por qué pienso en esta plaza? Porque allí hay un mercado. Por supuesto, está a dos kilómetros del mercado de San Miguel, así que he elaborado un patchwork de realidades propias para imaginar la realidad ajena, que puede que sucediara en otra ciudad, incluso, en la que las aceras son mucho más altas. En esto, todos los seres humanos, somos iguales. Construimos ficciones y escenas gracias a imágenes y sonidos imaginarios. Lo hacemos para poder comunicarnos. Esta es la esencia del hombre que a mí me parece una verdadera pasada. El pegamento social de la comunicación, es, precisamente, la imaginación.
La capacidad de repentizar un patchwork de imágenes o sensaciones, cuando nos explican, nos cuentan, nos dicen, tiene mucho que ver con la cantidad de retales que guardamos en la mente. Por eso, la literatura nos une, porque mezcla emociones y mezcla visiones, las del autor y el lector, pero es que además, nos llena de nuevos retazos imaginarios, como quien llena los cajones de una mercería de hilos de distintos colores. Cuando leemos nos llenamos de herramientas para la reflexión no solo por la información objetiva que pueda proporcionarnos un libro, sino por el ejercicio mental de imaginar. Leamos más, leamos la prensa, leamos ensayos de historia, leamos pura ficción de aventuras, leamos más allá de la autocomplacencia o de las ganas de refrendar nuestra opinión, para llenarnos así con todos los mercados del mundo y los bordillos de todos los barrios. Leamos para no juzgar a los demás con un solo pensamiento recurrente, sino con la variedad de colores que se guardan en nuestra propia mente extraordinaria.