El buen político
Pedro Sánchez siempre ha sido un significante vacío. Cuando consiguió sacar adelante la moción de censura, una buena parte de la socialdemocracia llenó ese vacío con lo que quería ver, proyectó sus deseos en él y lo construyó a su gusto: ya no era el político vacío y ambiguo de antaño, sino un estadista que nos sacaba de los años oscuros del rajoyismo y un socialdemócrata moderno que combinaba el rigor con la justicia social.
Pedro Sánchez siempre ha sido un significante vacío. Cuando consiguió sacar adelante la moción de censura, una buena parte de la socialdemocracia llenó ese vacío con lo que quería ver, proyectó sus deseos en él y lo construyó a su gusto: ya no era el político vacío y ambiguo de antaño, sino un estadista que nos sacaba de los años oscuros del rajoyismo y un socialdemócrata moderno que combinaba el rigor con la justicia social. Los deseos de echar a la derecha le dieron un aura de competencia.
Más que un político catch-all, es un político Mr Potato: muchos le añadieron las piezas para formar a un político socialdemócrata del siglo XXI. Sánchez era la esperanza del centroizquierda en Europa. Pero mientras se construía esa imagen artificial del Macron español, Sánchez demostraba que no solo era una cáscara vacía, sino que también tenía ideas. Casi todas tenían que ver con una venganza contra el establishment del partido que le echó en 2015.
Da la sensación de que todo lo que ha hecho en sus escasos 9 meses de gobierno ha sido para demostrar a quienes le ningunearon (y es algo que también muestra en su libro, Manual de resistencia) que podía gobernar. Creó un buen gobierno, capaz, lleno de talento, para probar que también podía jugar a esto. Iba a reparar un error histórico (los ocho desatrosos años del PP) y se quedó simplemente en la promesa de una reparación.
La política es cada vez más personalista (no es un lugar común, hay cada vez más “emprendedores políticos” que asumen que las estructuras de los partidos son anquilosadas y un lastre). Jorge del Palacio dice que vivimos en los “dominios del príncipe posmoderno”. El sanchismo se vendió como una recuperación de la autoestima de la izquierda, pero al final resultó ser solo una maniobra para que el propio Sánchez ganara autoestima.