THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Maniobras circenses a plena luz

En su afán por llamar la atención y ocupar el mapa perceptivo de los votantes, nuestros políticos ya no saben qué inventar. O mejor dicho: han perdido todo pudor a la hora de inventar.

Opinión
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Maniobras circenses a plena luz

En su afán por llamar la atención y ocupar el mapa perceptivo de los votantes, nuestros políticos ya no saben qué inventar. O mejor dicho: han perdido todo pudor a la hora de inventar. A comienzos de la semana pasada contemplamos, con una mezcla de perplejidad y vergüenza ajena, cómo un presidente del gobierno en ejercicio presentaba un pseudo-libro que no ha escrito junto a dos presentadores asociados a la telebasura. Y esa semana terminaba, ayer, con el grotesco viaje de Inés Arrimadas a Waterloo, espejo inverso de las visitas de Pablo Iglesias a la cárcel de Lledoners, para hacerse una foto con el prófugo Puigdemont. Nadie podría culpar al ciudadano que, para pasar mejor la jornada política, se preparase unas palomitas de maíz en el microondas.

Esta vulgarización de la comunicación política constituye, claro, una forma de democratización. Es una democratización hacia abajo, no hacia arriba: el representante no pide más al ciudadano, sino que se aproxima a él en vuelo rasante. Con ello, el estilo político populista se generaliza con ayuda de las redes sociales. Y digo que con su ayuda, porque las redes no crean esta inclinación sino que la refuerzan. Tanner 88, la formidable serie de Robert Altman sobre la candidatura presidencial del político del mismo nombre, rodada sobre el terreno durante la campaña con las maneras del mockumentary y la aparición «real» de los contendientes auténticos, ya dejaba clara la cualidad artificial -construida, escenificada- de cualquier candidato. Por aquel entonces, la televisión era el único game in town. Ahora las cosas han cambiado: contaba este fin de semana el Financial Times que los líderes políticos cada vez tienen mayor presencia en Instagram, la red social de los influencers. De eso se trata, al fin y al cabo: de influir. Y de influir como sea.

La consecuencia de todo ello es que la política adquiere un carácter cada vez más virtual. Se nos aparece como una esfera separada, desencarnada, desligada de la producción material o las condiciones de vida: una jaula para la clase discutidora, en la que cabemos todos. Algo de eso puede verse en la estrategia de defensa de los impulsores del procés separatista y en los comentarios de sus defensores: era todo una representación, una farsa, una cosa simbólica. ¡Hombre! Pregunten en La Caixa cuántos españoles, catalanes incluidos, sacaron su dinero de la entidad en vísperas de la DUI…

Y es que a veces lo real se hace presente con una fuerza que solo lo real posee. Ya sucedió con la crisis financiera y sucederá, tarde o temprano, con esas pensiones españolas que se excluyeron por buenas razones de la competición electoral y ahora vuelven a formar parte de ella por cortesía de la demagogia electoralista. Es comprensible, pero también imprudente. Algún día, el circo puede salir ardiendo.

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