El liberalfeminismo
Ciudadanos ha lanzado, en vísperas de la diada feminista del 8 de marzo, y como adelanto de sus propuestas para la sociedad española, un decálogo del feminismo liberal, así llamado
Ciudadanos ha lanzado, en vísperas de la diada feminista del 8 de marzo, y como adelanto de sus propuestas para la sociedad española, un decálogo del feminismo liberal, así llamado. Dicen desde el principio que el feminismo es de todos, en velada referencia a la pretensión de la izquierda militante de quedarse en exclusiva con la defensa de la igualdad de las personas, sin distinción de su sexo. La izquierda real ya patrimonializó inicuamente la defensa de los trabajadores, a pesar de haber sido su mayor amenaza, y pretende hacerlo ahora con las mujeres.
Pero avancemos, porque el segundo punto describe una idea fundamental del liberalismo, que encaja con la mejor definición de lo que podamos llamar feminismo: “El liberalismo”, dice, “percibe la emancipación del individuo sin distinción de sexo, nacimiento, etnia, raza o religión. Por eso, el feminismo liberal es el que defiende que toda mujer tiene igual libertad individual que el hombre”. Razones que caen bajo el encabezamiento “nunca habrá igualdad sin libertad”.
Se me enrojecen las manos de aplaudir. Ciertamente, cada persona es distinta a las demás, y es eso lo que le otorga una dignidad que los colectivistas ignoran, o desprecian, o temen. Como somos todos únicos, y como son irrepetibles y cambiantes nuestras circunstancias, el camino que elijamos libremente nos conducirá a situaciones muy distintas. Y aquí no cabe igualación sin coaccionar brutalmente lo que somos y lo que hacemos. Pero sí cabe una igualdad radical. La libertad es la ausencia de coacción, y puede ser igual para todos cuando la coacción sea mínima. De modo que sí, “nunca habrá igualdad sin libertad”; una libertad plena, que el lector puede ya adivinar en el decálogo de Ciudadanos.
Pero la felicidad en casa del liberal dura poco; aquí hasta el segundo punto. No podía ser de otro modo: no es un documento doctrinal, sino un instrumento de comunicación electoral. Y esa comunicación no suele ir más allá de “yo soy de esos” y “no soy de los otros”. Y ello le obliga a asumir algunas de las ideas más falsas que el radicalismo quiere imponer como verdades reveladas.
Da por sabido que hay una “brecha salarial” que no existe. Parte de que nuestras diferencias se deben a que vivimos en una cultura machista, que Ciudadanos quiere erradicar desde las aulas. Y da por hecho que cuanto más libertad y más facilidades tengan las mujeres, más optarán por progresar en su carrera profesional. No tienen en cuenta una opinión fundamental en este asunto, y es la de las mujeres. Como muestra el caso de los países nórdicos, todas las políticas encaminadas a ponerle más fácil sus decisiones han conducido a que la desigualdad en el trabajo se haga mayor. Es la “paradoja de la igualdad” que sólo es paradójica en las mentes cerriles de quienes quieren decidir por ellas.
Si el liberalismo de Ciudadanos lleva ya unos cuantos puntos del decálogo despeñándose, en el octavo estalla en mil pedazos. Dice que no se debe dar “un paso atrás en la lucha contra la violencia machista”. Ciudadanos gobierna en Andalucía, y ha asumido como propia la Ley de Violencia de Género de aquélla comunidad. Es una norma totalitaria, que califica como violencia cualquier opinión contraria a la misma, que prevé imponer un programa ideológico en medios de comunicación y escuelas, y que hurta al sistema judicial, y con él de todas sus garantías, las figuras de víctima y culpable. Cualquier partido con un ligero barniz liberal debería abominar de este engendro de norma. Pero Ciudadanos se siente plenamente reconfortado con su aplicación, y Albert Rivera critica todo euro que no se haya gastado en ella.
Yo no soy de los que otorga o retira el apelativo de “liberal” a nadie, así que propongo que lo llamemos liberalfeminismo a lo de Ciudadanos, y quedamos a la espera de que alguien, en esa casa, que tenga un mínimo aprecio por la libertad de todos, proponga darle una vuelta al decálogo, o enviarlo prudentemente a la papelera.