Lo inimaginable
Convertimos las escenas típicas del cine en las únicas posibles porque no somos capaces de imaginar aquello que no hemos sufrido en carne propia
Hace años, cuando oía hablar de abusos sexuales, me pasaba un poco lo mismo que cuando oía hablar de violación. Imaginaba aquello que había visto en las películas, porque el cine pone determinadas imágenes a las situaciones terribles que no hemos vivido. En la mayoría de los casos, también ocurre que se copia a sí mismo y las películas repiten las mismas situaciones: mujer que camina sola, que es atacada y violada a la fuerza y a punta de cuchillo.
Hoy sabemos que la mayoría de violaciones no suceden de esta forma tan cinematográfica, que esos terribles ataques suceden, pero son solo la punta del iceberg. Aun así, convertimos las escenas típicas del cine en las únicas posibles porque no somos capaces de imaginar aquello que no hemos sufrido en carne propia, como el dolor por la muerte de un ser querido, un accidente de coche, quedarse ciego, vivir en la droga o mil situaciones habituales de la sociedad. Cuántas películas habré visto en las que el cine retrata cómo es eso de quedarse viuda, por ejemplo, y me he dicho: no es así para nada. Cuántas risas se echan los policías cuando ven películas de crímenes y se dicen: una investigación no tiene nada que ver con esto. Sin embargo, podemos imaginar, de alguna forma, los problemas de la sociedad y en esa puerta que el cine abre en el cerebro, cabe también la reflexión, la indagación y la reconstrucción de algo quizá más parecido a lo verdadero. Al menos, el cine habla ya de ciertos temas que siempre fueron tabú, aunque hay otros que aún son -con algunas excepciones- intocables. Hasta hace unos años era la violencia de género, ahora, uno de esos temas innombrables por el cine es el de los abusos a la infancia. Por suerte, desde hace unos años se han puesto de moda las series documentales. Son otra forma de ficción, digamos, de entretenimiento, pero creo que cumplen una función importante, abren debate y emociones reales, incluso más duraderas que un relato ficcionado. No solo el true-crime, también otros documentales con testimonios que inciden en asuntos como la justicia, la violencia o los abusos sexuales.
En las últimas semanas, dos documentales removieron mis emociones. Por un lado, la serie sobre la búsqueda de Madeleine McCann, de Netflix. El otro, más duro aún, el documental o mejor dicho, el testimonio a cámara, sereno y explícito de dos hombres que de niños sufrieron abusos sexuales por parte de Michael Jackson. Ambos me han llenado de imágenes de lo que no vemos ni en el cine ni en la vida por culpa de la sensibilidad. Ambos me han parecido excelentes por lo necesarios, por la reflexión que acarrean.
Hace unos meses vi The Tale, la interesantísima película interpretada por Laura Dern, para HBO, en la que se reflejaba de una forma atípica para el cine esto mismo que estoy diciendo. Una niña sufre los abusos sexuales de su entrenador, que la “enamora” con engaños, con regalos y cariño para abusar de ella y solo cuando es una mujer adulta cae en la cuenta de que aquello que vivió fue un abuso en toda regla. Especialmente impactantes eran las escenas sexuales entre el adulto y la niña, que estaban rodadas con tacto, incluso con la advertencia de que las escenas habían sido rodadas con una doble adulta, pero que cortaban la piel.
Y es que hay que cortar la piel. Hay que cortarla, desgarrar la cortina que oculta, cortar las precauciones pudorosas que nos aterran. De hecho, en un momento dado, en el documental sobre Madelaine McCann se parafrasea al director de un periódico, cuando se habla de sacar más noticias sobre los abusos a la infancia: ya hemos publicado la historia de abusos de este mes y más de una, es demasiado para los lectores y nos debemos a nuestros lectores.
Sin duda las noticias y los reportajes también se dosifican para no agotar, pero en este caso, no hemos ni empezado a abrir la caja de Pandora y creo que lectores y espectadores, debemos aguantar la molestia y educar nuestra sensibilidad para saber lo que está pasando ahí al lado.
Duele, aterra, pero es bueno mostrar en el cine y en los documentales lo que va más allá, lo imposible de asumir, lo que incluso puede escandalizarnos para hacer de lo oculto algo real. No por morbo, no por impactar gratuitamente, sino con el fin necesario y fundamental de darle cuerpo a los fantasmas, de tallar con el barro de los pensamientos aquello que siempre ha sido un tabú invisible. No se puede luchar contra lo que no se puede imaginar. Solo si vemos lo que está ocurriendo lo podemos detener, pero hay que aguantar el tipo, sufrir y mirar.