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Juan Marqués

Siempre aparte, siempre alerta: Rafael Sánchez Ferlosio

En 1969, Max Aub, treinta años después del comienzo de su exilio, volvió a pisar España. Se reencontró entonces con su viejo amigo falangista Luys Santa Marina y, entre el afecto y la cautela, por tantas distancias compartidas, discutieron, entre otras cosas, por El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. 

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Siempre aparte, siempre alerta: Rafael Sánchez Ferlosio

Joaquín Sánchez

En 1969, Max Aub, treinta años después del comienzo de su exilio, volvió a pisar España. Se reencontró entonces con su viejo amigo falangista Luys Santa Marina y, entre el afecto y la cautela, por tantas distancias compartidas, discutieron, entre otras cosas, por El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. Lo contó en La gallina ciega, su “diario español”: a Santa Marina no le había gustado nada, pero Aub, siempre atento a las novedades literarias españolas, había acertado a leerlo como lo que seguramente era, esto es, el testimonio literario en el que el hijo de un vencedor de 1939 (y no de cualquier vencedor, sino del jerarca Rafael Sánchez Mazas, número 2 de Falange Española y un narrador magnífico) entonaba una declaración generacional secreta: un nuevo lenguaje, unos nuevos hábitos, un nuevo aire que, a esas alturas, todavía terminaba en ahogamiento.

Ese libro, tan realista y a la vez tan alegórico, mereció el Premio Nadal de 1955, y ese reconocimiento devolvió el interés por su ópera prima, el hasta entonces invisible Industrias y andanzas de Alfanhuí, un precioso libro, a medio camino entre Cunqueiro y Delibes que, releído hoy, conserva toda su magia, y probablemente aún gane valor con el tiempo, siendo un libro tan bueno como insólito en medio de aquello que se llamó “tremendismo” de postguerra.

Larguísimos silencios caracterizaron después la obra de Sánchez Ferlosio, que acabó encontrando en la prensa un hogar adecuado para su prosa, que para entonces se había decantado ya claramente hacia el territorio del pensamiento, jurisdicción en la que el autor se ha convertido en un titán, un clásico vivo del ensayo español, una referencia que en general despertaba un aplauso unánime, si no por los detalles de su ideología sí por su inatacable estatura intelectual.

Su obsesión más recurrente ha sido el lenguaje y sus trampas, el modo en que los medios de comunicación o los diferentes poderes políticos manipulan las palabras y los hechos según su interés. La convicción de que ni la sintaxis es inocente dio lugar a numerosos artículos, estudios, opúsculos y ensayos que en los años penúltimos han sido reunidos y ordenados por Ignacio Echevarría en cuatro tomos de la editorial Debate. Y hay alguna enseñanza enigmática que rastrear en que alguien tan preocupado por la lingüística se refugiase en el silencio más exagerado durante temporadas tan prolongadas.

El Premio Cervantes de 2004 recayó, de todos modos, sobre un autor que acumulaba ya una obra caudalosa, dispersa por periódicos, revistas y prólogos. Sólo sus aforismos, que él llamaba “pecios” con su elegante fatalismo, curiosamente bienhumorado, ocupan un buen número de páginas, y en otros terrenos de la no-ficción ha cultivado desde la filología más hermética hasta la columna de opinión política. Polemista y solitario, verdaderamente transgresor en un medio en el que demasiados presumen de serlo sin ningún pedigrí comprobable para ello, Rafael Sánchez Ferlosio ha sido un escritor realmente singular en el panorama español (de hecho, por no ser, ni siquiera era español, pues nació en Roma en 1927), un hombre indiscutiblemente único y diferente, siempre aparte, siempre alerta.

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