"You people used to be conquistadores"
Se ha sido muy injusto con Andrés Manuel López Obrador. Se le han recordado sus cuatro nombres españoles para pedirle que se mande la carta a sí mismo y que si tanto perdón espera que lo pida él.
Se ha sido muy injusto con Andrés Manuel López Obrador. Se le han recordado sus cuatro nombres españoles para pedirle que se mande la carta a sí mismo y que si tanto perdón espera que lo pida él. Pero lo cierto es que escribirse una carta a uno mismo es todavía más tonto que escribírsela al Rey, al Papa, a Dios o al mismísimo Hernán Cortés, y que él es tan consciente de sus apellidos que en ese mismo vídeo ya pide el perdón que reclama a los demás. Porque, en realidad, AMLO es un hombre que predica con el ejemplo. Y que no predica tanto el victimismo identitario, presuntamente nuevo, como ese el viejo complejo de culpa tan propio del hombre blanco. O digamos al menos que si predica el nuevo victimismo es porque se mantiene fiel al viejo masoquismo occidental y súbdito de la vieja tiranía de la culpa que denunciaba Bruckner.
El victimismo se muestra así como la única manera que encontramos de superar la culpabilidad histórica, el pecado original del hombre occidental, que es la impagable deuda que contraemos al nacer por ser los que hemos nacido aquí y ahora y no allí y entonces. Un triste intento de recordar, o de recordarnos, que los ricos también lloramos.
Este masoquismo es un intento de huida de nuestra propia responsabilidad. Y en eso sí que se hace justicia al Presidente mejicano. Porque de eso van las cartas y discursos de López Obrador, de situar su acción política al ladito de las acciones de los conquistadores para que nada parezca al fin tan nefasto. Así, con esas disculpas tan ligeras y veraniegas, en camisa de algodón bajo la brisa del Comalcalco, Obrador le quita importancia al acto para parecer tan culpable de los crímenes del pasado como de las negligencias del presente. La situación actual de los descendientes de los «pueblos originarios», nos viene a decir, no es sólo culpa mía sino un poco de todos nosotros. Una especie de fatalidad histórica que sería injusto exigirme revertir a mi sólo. Porque, como decía Arendt, «donde todos son culpables, nadie lo es; las confesiones de culpabilidad colectiva son la mejor salvaguarda posible contra el descubrimiento de los culpables, y la magnitud misma del crimen es la mejor excusa para no hacer nada».
Ante tanta lagrimita de cocodrilo le vienen a uno ganas de recordarles, como Hank en Breaking Bad, que «you people used to be conquistadores». Pero justo por eso llora la criatura. Porque nuestros defectos corresponden a nuestras virtudes. Por eso el complejo del hombre occidental deriva con una lógica difícil de rebatir de la consciencia que, como dicen los catalanes, a tota fortuna hi nia un cuc o que, como dijo aquél otro, todo acto de civilización es un acto de barbarie. Y su orgullo, que no todo acto de barbarie es un acto de civilización.