Con vistas a la Moncloa
Yo diría que ganó Iglesias si Iglesias hubiese formado parte del debate
Sánchez llegó en coche y volvió a esperar que le abrieran la puerta. No sé si no ha visto que en Twitter se le critica por eso o es que Iván Redondo le ha dicho y muy bien dicho que es presidente y que está bien que se note. Y se notó. Como se notó, ayer y anteayer, que no quería estos debates. Sus ataques de indignación moral siguieron estando un poco sobreactuados y eso es algo que a la fuerza tiene que pesar en una época como la nuestra.
Moderó con acierto el tono pedagógico de sus discursos, tan cargante en anteriores entregas, y aunque podemos decir y decimos que ha salvado con toda la dignidad posible estos dos debates, lo cierto es que se la ha visto algo más nervioso de lo que cabría esperar de todo un presidente del Gobierno.
Lo señaló Rivera, con insistencia pero con razón, porque cuanta más razón tiene es siempre cuando presume de sus méritos y el nerviosismo de Sánchez (y de unos cuantos espectadores) era mérito suyo. Porque Rivera llegó al debate como el vigente campeón e iba tan crecido que no quiero imaginar lo que sería si un día gana unas elecciones. Rivera se sintió tan cómodo en el primer debate, tan como en su casa, que a este segundo ya vino con las fotos enmarcadas, como si poco a poco se estuviese mudando a su nuevo hogar. Es el único que pareció aspirar a ganar el debate más que a ganar el poder y por eso no ganó.
Yo diría que ganó Iglesias si Iglesias hubiese formado parte del debate. Pero Iglesias no está nunca del todo porque aunque esté en el sistema no es del sistema, y porque esté en Galapagar o en los estudios de Atresmedia tiene que dejar siempre un pie fuera, como en estas noches de entretiempo, para regular bien su temperatura. O sea que no gana porque no le da la gana y porque hoy, a diferencia de hace cuatro años, se conforma con formar gobierno y no necesita asaltar los cielo ni cabalgar potros salvajes con la melena al viento.
Hoy le basta hacerse perdonar por los suyos y no perder por cuatro hectáreas de más o de menos lo que tantos años de lucha ha tardado en conquistar. Lleva tiempo preparando su regreso a la vida revolucionaria y eso se notó tanto en el tono del discurso como en la vestimenta y me parece de admirar que alguien con dos hijos casi tres, hipoteca y jardincito se acordase, quién sabe cuándo, de poner el jersey negro a coger polvo para tenerlo a punto para el debate. En alguien tan previsor y tan previsible creo que se puede confiar.
Y a Casado le pasa lo mismo pero al revés. En estos debates Casado tampoco nos ha descubierto nada nuevo pero a momentos parece que se ha ido descubriendo a sí mismo y eso tiene su qué. Casado ha tenido momentos de todo en estos debates. Momentos de valentía, como cuando le salió casi del alma decir que Cayetana tenía razón con lo del sí hasta el final, momentos digamos de moderación, cuando acto seguido se lió para decir que el consentimiento siempre es explícito, y hasta momentos de vergüenza ajena, como cuando le preguntó muy serio a Sánchez si iba a indultar a La Manada.
También cuando se defendió del insulto, que no acusación, de machista diciendo que es hijo de una madre, algo ciertamente insólito, y marido y padre de mujeres (eso sí, mucho más meritorio cada día). Pero incluso esta triste sólo era tan triste como la acusación. Digamos pues que no desentonó y que se le ha visto más sereno que en cualquier otro momento de la eterna campaña que empezó con las primarias. Se diría que está a punto de reconocer ya que muchas de esas cosicas que tanto parecen incomodarle de su propio partido pronto podría llamarlas responsabilidades de gobierno y quedarse tan ancho. Aunque también es verdad que todas estas cosas que se ven mejor desde Moncloa.