Celebrar Europa
Hoy disfrutamos de una Unión Europea que integra veintiocho países con más de quinientos millones de habitantes, más de ochenta lenguas entre oficiales y minoritarias, una Unión que es el principal donante de ayuda humanitaria del mundo.
Hace cien años, en 1919, Stefan Zweig ya era un escritor de reconocido prestigio en toda Europa. Fue exponente de una burguesía ilustrada condenada a desaparecer, como casi cualquier especie, por culpa del propio hombre. Y es que en esos años, en esa Europa, las principales causas de muerte fueron las balas, las ideas y las simples palabras. Bien es cierto que, en esa Europa de entreguerras ya desgajada pero en ciernes de volver en hundirse en la brecha del odio nacionalista, merecía la pena morir defendiendo determinados ideales. Por encima del ruido de ametralladoras y de proclamas belicistas, Zweig fue capaz de alzar la voz y proyectar su escritura. Pero fue insuficiente. En 1942, en una de las épocas más oscuras que recordaría el continente y en el cénit de una guerra intestina que lo devoraba, Stefan Zweig puso fin a la luz que representaba. No quiso ser testigo de una Europa abocada a la devastación.
“Pienso y confío en que las fronteras y pasaportes un día serán algo del pasado, pero dudo mucho que vivamos para verlo” preconizaba Zweig en Adiós a Europa, el largometraje de María Schrader, porque efectivamente, él siempre creyó en una Europa libre. Y la tenemos. Políticamente imperfecta, insuficientemente democrática. Pero libre al fin y al cabo. Por ahora.
Apenas unos años más tarde, en un contexto aún desolador pero algo más estabilizado, otro idealista como Zweig, daba el primer paso para que la paz y la cooperación ejercieran de leitmotiv de la reconstrucción de Europa. Por eso conmemoramos, que no festejamos, el 9 de mayo, día en el que tuvo lugar la Declaración Schuman, como Día de Europa. Porque entonces se puso la primera piedra, se hizo el primer gesto, para volver a hacer de Europa un referente en la búsqueda de la paz y la defensa de los derechos y libertades.
Hoy disfrutamos de una Unión Europea que integra veintiocho países con más de quinientos millones de habitantes, más de ochenta lenguas entre oficiales y minoritarias, una Unión que es el principal donante de ayuda humanitaria del mundo. Una UE en la que, tal y como soñó Zweig, las fronteras entre nosotros no son más que líneas sobre un mapa cada vez más obsoletas desde hace veinticinco años. Pero esta celebración está siempre en un segundo plano.
El siglo XX fue el siglo en el que de nuevo, haciendo referencia a un clásico de la mitología griega, se raptó a Europa. Europa fue pasto del odio, del sentir visceral, del horror más oscuro. Pero la liberaron, nos liberaron. Por eso es necesario conmemorar el fin de la Segunda Guerra Mundial, como ayer en Francia, con un día festivo. Pero resulta imprescindible celebrar, también, el principio de la paz que supuso el 9 de mayo de 1950.
Stefan Zweig se preguntaba qué era su obra, comparada con la dura realidad de muchas personas en esa Europa en guerra. La respuesta es simple: su obra era un auténtico mensaje de alerta y una inspiración para los que vinieron después. Ahora, cien años más tarde, estamos faltos de idealistas e intelectuales que como el escritor austríaco quisieron creer y apostar, frente a la sinrazón, por un futuro común. Esa utopía que es ahora una Unión Europea tangible y real, y se la debemos en gran parte ellos. Es nuestra responsabilidad agradecer que ahora no sea necesario morir por tener unos ideales, sino que además podamos celebrarlos.
Por un nueve de mayo festivo en toda Europa.