Fabricantes de patrañas
«De patrañas es de los que van los populismos. Agitan miedos, buscan culpables, tensionan el sistema, deslegitiman las instituciones…»
¿Es sólo un bache o un cambio de tendencia? El populismo ha recibido algunos importantes reveses en los últimos días e incluso alguno de sus máximos representantes parece dispuesto a rectificar sus posiciones. Es el caso de Donald Trump, cuya popularidad está bajo mínimos a poco más de un año de las elecciones por el deterioro de la situación económica. 6 de cada 10 estadounidenses cree cree que EEUU entrará en secesión. Además de mantener la presión sobre la Reserva Federal para que baje los tipos de interés, Trump ha anunciado ahora que llegará a un acuerdo temporal con China para reducir las tensiones comerciales, en el origen de la desaceleración económica mundial. Habrá que ver si, a diferencia de anteriores ocasiones, al anuncio le seguirán medidas concretas. Puede que esta vez sí, pues los estados productores de grano, cruciales para su reelección, se resienten ya del desplome de sus exportaciones a China. Así que puede que esta vez vaya en serio.
¿Qué más? En Rusia, Putin ha perdido en distritos importantes de Moscú y apenas aguanta la mayoría en la capital a pesar de censurar y limitar la participación de la oposición. El xenófobo líder de la Liga Norte, Salvini ha sido defenestrado en Italia con un insólito pacto entre el partido antisistema (¿o ya no tanto?) Cinco Estrellas y los herederos de la socialdemocracia encabezados por Matteo Renzi. Las posibilidades de Netanyahu de ser reelegido, a pocos días de las elecciones, no están nada claras. El primer ministro israelí ha perdido a su principal aliado en Washington tras la salida del principal halcón de la Administración Trump y el más beligerante con Irán, John Bolton. En Turquía, la victoria del la oposición socialdemócrata encabezada por Ekrem Imamoglu en Estambul aumenta las posibilidades de frenar la deriva autoritaria del régimen de Recep Erdogan. Pero incluso en el callejón sin salida del Brexit hay motivos para la esperanza. Mientras el Partido Conservador británico y la opción de centro derecha que representaba se esfuman entre las purgas de Boris Johnson y los desertores, contrarios todos al Brexit duro que se ha empeñado en ejecutar el primer ministro, las protestas ciudadanas se han extendido por el país en contra del asalto al Parlamento. Lo mismo que en las calles de Hong Kong la oposición combate la represión policial dirigida desde Pekín en una admirable defensa de la democracia.
Mientras en Europa, instituciones como el Banco Central Europeo (BCE) intentan evitar desesperadamente que la eurozona entre en recesión, una perspectiva que puede acabar alimentando de nuevo a los populismos, como se vio en la reciente crisis. Y ello a pesar de que son precisamente dos líderes populistas, Trump, con la guerra comercial declarada por EEUU a China, y Johnson, con su amenaza de aplicar un Brexit duro, los que más han contribuido al deterioro de la coyuntura económica mundial. A menos de un mes para abandonar la presidencia y tras ocho años de mandato, Mario Draghi ha decidido poner en marcha un importante paquete de estímulos para incentivar la actividad económica, acercar la inflación al objetivo del 2% y evitar una nueva recesión. Esta vez Draghi ha pedido la colaboración de los estados miembros de la eurozona: menos impuestos y más gasto público a aquellos que tengan las cuentas saneadas. El BCE ha situado los tipos de interés en negativo y reactivado por tiempo indefinido su programa de compras de activos a los bancos para inyectar liquidez al sistema financiero, medida que salvó al euro del colapso en el peor momento de la crisis financiera que desató la reciente gran recesión.
Pese al éxito obtenido en esos momentos críticos por la llamada expansión cuantitativa, hay un sector más ortodoxo dentro de la institución que se cuestiona si esta sigue siendo eficaz y alerta además de sus efectos colaterales negativos. Entre los más críticos, algunos de los consejeros alemanes y finlandeses del BCE, que advierten de que unos tipos de interés negativos provocan distorsiones en los mercados, tales como la inversión desenfrenada en activos inmobiliarios (por las hipotecas tan bajas), con el riesgo de repetir la burbuja inmobiliaria, y desincentivan el ahorro. Pocos ciudadanos querrán depositar su dinero en el banco si casi se le cobra por ello. Algo que afecta especialmente a los pensionistas. Así, un tabloide alemán se refería a Draghi como el Conde Draghila, “que deja nuestras cuentas bancarias vacías”. De concretarse estos efectos, las medidas del italiano corren el riesgo de ser contraproducentes y alimentar el populismo antieuropeo de algunos países del Centro y Norte de Europa, siempre recelosos del Sur.
La presidencia de turno de la Unión Europea que ostenta ahora precisamente Finlandia aspira a contribuir en la lucha contra la deriva autoritaria de algunos de esos gobiernos populistas europeos. El Gobierno de Helsinki, de mayoría socialdemócrata, ha anunciado que va a proponer recortes en los fondos estructurales que reciben los Estados de menor renta si estos no cumplen con el Estado de Derecho. Una amenaza directamente dirigida a los cada vez más autoritarios regímenes de la Hungría de Orban y la Polonia de los hermanos Kaczynski.
Como respondía la canciller Angela Merkel a un exaltado votante de Alternativa por Alemania hace poco tras escuchar con paciencia su intervención: “Usted denuncia la falta de libertades de Alemania, se queja del deterioro de nuestra democracia y habla de la amenaza de la inmigración. Y aquí estoy yo escuchándole toda esta patraña”. Porque de patrañas es de los que van los populismos. Agitan miedos, buscan culpables, tensionan el sistema, deslegitiman las instituciones… y se demuestran incapaces de dar respuesta a los grandes desafíos o de atender las necesidades más básicas de los ciudadanos. ¿Se demostrarán las viejas democracias capaces de parar los pies a estos fabricantes de patrañas? Algunas noticias recientes invitan al optimismo.