El invierno de Ciudadanos
«Si se cumplen los pronósticos, el partido liderado por Albert Rivera perderá cerca de dos millones de votos, y verá reducidos a la mitad sus escaños en el Parlamento»
El diez de noviembre comenzará el invierno del descontento para Ciudadanos. Si se cumplen los pronósticos, el partido liderado por Albert Rivera perderá cerca de dos millones de votos, y verá reducidos a la mitad sus escaños en el Parlamento. Sería la constatación de que el votante desaprueba el comportamiento que Ciudadanos ha tenido tras las elecciones. Algunos intuíamos que quienes votaron a Ciudadanos el pasado 28 de abril no lo hicieron por su no-es-no a Sánchez, sino a pesar de él; seguramente con la esperanza de que Rivera traicionara su pétreo compromiso, como hizo con Rajoy en 2016, y como finalmente sucedió hace dos semanas, cuando ya era demasiado tarde. Esto demuestra que un número considerable de votantes de Cs es más fiel al proyecto que a al partido; la prioridad es la aplicación de un programa, no dormir en la Moncloa.
Pero el votante no se va sólo porque Rivera haya cumplido su promesa. Ni siquiera porque haya traicionado su vocación de tender puentes entre rojos y azules, como le gusta decir. Aventuro que el votante se escapa porque no ha claudicado ante el ultimátum del líder de Ciudadanos, que ha sido rotundo: «no usaré su voto para que Cs sea bisagra de nadie». Pero cuando tus votantes saben que no tienes opción de ganar las elecciones, y aun así te votan, evidentemente es porque esperan que negocies con otro partido. Ciudadanos asumirá ahora una realidad amarga: que todos sus votos son prestados. Porque el término «bipartidismo», no describe tanto un sistema, como un extendido estado de conciencia: son los votantes los que son bipartidistas. PP y PSOE, los dos grandes partidos nacionales, siguen siendo las naves nodrizas. Y es difícil medirse contra dos partidos cuyos mínimos históricos superan tus máximos. Los bandazos son para los partidos que pueden permitírselos, y Ciudadanos no tiene con sus votantes el vínculo sentimental que tienen los dos grandes.
Al giro de estrategia se ha sumado un desafortunado cambio de tono discursivo. Cs fue el partido de la moderación en tiempos de populismo, el de la sensatez en el momento de mayor sentimentalización de la esfera política, el de apaciguamiento en el momento de mayor frentismo. Ahora ha querido jugar la carta de las emociones, y en ese terreno Vox tiene todas las de ganar. Cs se ha pasado de frenada, hasta convertirse en un partido antipático, que va al choque permanente y que inunda sus discursos de expresiones infantiles y poco edificantes, que además ha incorporado a sus filas a personas que no se ajustan al perfil de moderación adecuado. Y es que la cuestionable gestión de sus recursos humanos es también digna de ser comentada. Sin entrar a la intrahistoria de las bajas de personas notables como Toni Roldán, Francesc de Carreras o Francisco de la Torre, es innegable que han tenido un coste reputacional importante.
Sí, es injusto que los votantes del PSOE aplaudan los errores de Sánchez mientras que los votantes de Cs castigan los de Rivera, pero así es: a diferencia de otros, Cs es sólo un partido político, es decir, un instrumento, no una marca identitaria. Ciudadanos debe insistir en ser el partido pactista que conviene a España y no la plataforma electoral que conviene a su líder.