Hay una carta para ti
«En el sobre de la carta no había datos para descubrir el remitente. Pero mi intuición, basada en el discurso actual del líder de Ciudadanos, no podía fallar»
Si cuelo los dedos por la ranura de nuestro buzón, aunque es estrecha y no soy lo que se llama un manitas, logro sacar la correspondencia. Otra opción, sin necesidad de abrir la puertecilla del buzón susodicho, es intuir quien es el remitente: la puertecilla es de plástico opaco y, depende de si puede verse el anverso o el reverso del sobre, es sencillo identificar el logotipo del banco o de la compañía de gas. Y si es del gas o del banco allí la dejo, esperando que durante unos días se pudra y al fin desaparezca. El mediodía del martes los “electores residentes” de mi edificio –supongo que como miles y miles de ciudadanos de todo el país (por favor, no pregunten cuál)– teníamos una carta en nuestro buzón que no era de régimen común. Al lado del recuadro transparente, donde se veía la hoja doblada en el lugar preciso para que el cartero leyese los datos del destinatario, había un escudo impreso de aproximadamente siete centímetros de alto y siete de ancho. Un señor escudo de España ondeando en un sobre que reproduce una bandera de España al viento. Escudo y bandera impresos, en este caso, en el anverso y el reverso.
¿Quién nos mandaba esta carta? Tuve una intuición. Hacía casi diez días que Albert Rivera se había plantado en el centro de la Plaça Sant Jaume. En el arranque de su mitin, más que la caducada apuesta ilustrada por la libertad, la igualdad y la fraternidad, Rivera aprovechó los recientes disturbios de Barcelona para pronunciar una rotunda arenga nacionalista. Tal vez era Albert quien tenía una carta para mí.
“No hay fuego, no hay barricada, no hay adoquín, no hay bola de acero, no hay mentira, señalamiento ni amenaza que pueda frenar la ilusión de un proyecto como España”. Cuando tu proyecto político es España por encima de todo es fácil reclamar, como hizo Rivera en aquel discurso de la comedia, volver al artículo 155 sin necesidad de razonar cuál es el incumplimiento legal que justificaría otra vez la aplicación de una medida severa que aún pone más en crisis el Estado autonómico. Qué más da. Lo que importa es afianzar la nación, una, tensando las costuras de la Constitución con un objetivo punitivo. “Fuera Torra, cesamos a Torra, volvamos a la Constitución”. Pero Albert no propuso solo el cese del President de la Generalitat. Porque su proyecto de España, ya puestos, lo justifica todo y, ya que estamos, por qué no apostar no por una medida tímida como la ilegalización sino directamente por el encarcelamiento sin pasar por los tribunales. “Yo no quiero ser presidente del Gobierno para tener un helicóptero o dormir en La Moncloa. Yo quiero ser presidente del Gobierno para defenderos a todos, proteger a las familias españolas y meter en la cárcel a los que intenten romper nuestro país”. Estado de Derecho, pues, y cierra España.
En el sobre de la carta no había datos para descubrir el remitente. Pero mi intuición, basada en el discurso actual del líder de Ciudadanos, no podía fallar. Porque no era sólo el discurso. También otro gesto enhiesto. Tres días antes Rivera había participado en la manifestación organizada por Sociedad Civil Catalana que llenó parte del Passeig de Gràcia. En la muñeca Albert llevaba anudada una tela colorada. En la retransmisión de TV3 –que no tapó el grito “TV3 manipuladora”- vi cómo de vez en cuando levantaba el brazo, saludando, y fue entonces cuando descubrí que la tela no era un pañuelo sino una bandera: la misma bandera que ocupa todo el sobre de la carta que recibimos hace un par de días los “electores residentes” en mi edificio. La abrí. Leí consignas para pedirme el voto: para garantizar, entre otras medidas, la unidad de la nación, revertir el costoso modelo autonómico o ilegalizar los partidos separatistas. “Para defender, en definitiva, España. España siempre”. Mi intuición, cada vez lo tenía más claro, parecía acertada. Pero no. Confieso que estaba confundido. El partido que nos había pedido el voto era el auténtico, la pata negra ibérica: Vox.