El mundo de ayer
«Lo que se cerró ayer es la consecuencia lógica, la única posible, del proceso puesto en marcha hace año y medio en la moción de censura destructiva que descabalgó a Rajoy»
En política nunca importa tener razón, sino que te la den. Se podría decir que Pedro Sánchez le ha dado la razón póstuma a Albert Rivera al anunciar la formación de un Gobierno con Pablo Iglesias y dependiente de los nacionalistas apenas un día después de la dimisión de aquel. Pero, por supuesto, eso ya no importa allí donde está Rivera. Incluso se diría que el único objeto de esta repetición electoral haya sido ese: no darle la razón en vida. Tanto da llegado este momento.
Tampoco tiene mayor importancia el acervo de declaraciones de Sánchez y sus fieles en contra de un acuerdo con Podemos, en particular su franquicia catalana. Se daban golpes en el pecho, con sofoco, con indignación. “Pero, por Dios, ¡por quiénes nos han tomado!”. Uno se los imaginaba diciéndolo detrás de unas antiparras y un ríctus de asco, como las señoronas de los tebeos de Bruguera. Todo eso, claro, no importa ya, y menos cuando se contempla en perspectiva la trayectoria del personaje y su séquito.
Importa en todo caso que lo que se cerró ayer es la consecuencia lógica, la única posible, del proceso puesto en marcha hace año y medio en la moción de censura destructiva que descabalgó a Rajoy. Todo lo que ha sucedido en medio ha sido hojarasca, por más graves que parezcan algunas cosas. Durante la legislatura anterior se dieron otros números, pero en realidad nunca fueron posibles más allá de la mera aritmética. En el mundo posterior a la moción de censura, un mundo de bloques y polarización, los costes de intentar un acuerdo eran enormes, quizás inasumibles para Ciudadanos y seguramente también para el PSOE, como deja entrever la nula voluntad de Sánchez de moverse en esa dirección. Si extremar hasta el final del verano el rechazo a Sánchez fue quizás un error de Rivera, ya lo ha pagado con creces. Quién pagará las facturas de Sánchez todavía está por ver.
En el mundo nuevo, arrasado el centro, tampoco parece que la opción cristianodemócrata tenga gran cosa que celebrar. Ha salvado la bola de abril con holgura, pero está amenazada por el mismo efecto centrifugador que ha desguazado a Cs. No puede verosímilmente abstenerse para dar paso al circo de tres pistas que están montando Sánchez e Iglesias, pero tampoco parece en la mejor posición para capitalizar el descontento con el espectáculo.
La buena noticia del gobierno de coalición que se nos viene es que permitirá testar una hipótesis que lleva años instalada en medio de nuestra habitación pública como un elefante africano. Si España no puede gobernarse, por diversas razones -algunas normativas, la “diversidad”, la “inclusividad”; otras estratégicas: un pacto a la derecha que se llevaría por delante al PSOE-, mediante acuerdos del “bloque constitucional”, gobiérnese con la izquierda radical y los nacionalistas, elevando la táctica del zapaterismo a teoría del gobierno. Interpreto el reciente cabreo de Ábalos con la prensa, quizás aventuradamente, como la incomodidad de algunos viejos socialistas que intuyen cómo es probable que acabe esto, y que en algunos casos parecen haberse enterado del acuerdo por la prensa. Siento cierto respeto por ellos, a pesar de todo: a diferencia de los pundits, viven en un mundo donde lo que se dice y lo que se hace tiene consecuencias. A Sánchez y su asesor áulico, por supuesto, lo que suceda con el partido en unos años ya le va a pillar lejos.
También como presagiando este mundo que viene, que ya está aquí, un partido de ámbito provincial ha accedido al Congreso con menos de 20.000 votos. Se intuye y casi se anuncia que no será el último. La lógica es implacable, y confieso que me lo voy a pasar bien viendo a nuestros socialdemócratas en el trance de criticar estas iniciativas sin usar el aparataje conceptual de los nacionalistas sobre derechos históricos. Aunque a estas alturas lo más probable es que ya no tengan reparo en usarlo, pues son casi la misma cosa.
Por parte de la opinión publicada afín, es improbable que el PSOE se lleve disgustos hasta que las cosas empiecen a ir muy mal en alguno de los frentes principales, el económico o el territorial. Una parte lleva deseando lo que sucedió ayer desde que Podemos irrumpió en la escena política nacional. Y antes también, pero no había una fuerza que justificase electoralmente el anhelo. Son los que se apuntaron a la socialdemocracia de rebote, pero también muchos socializados en el mundo de posibilidades del zapaterismo. Si acaso, quizás hubiesen preferido que el acuerdo llegase con mejores cartas para Podemos. Luego hay otra parte que no lo deseaba, o no mucho. Una parte que hablaba de reformas y policies y esas cosas que hoy suenan tan viejas; pero aprenderá retrospectivamente a desearlo, ya están en ello. El PSOE es ante todo una maquinaria de conformidad, y aunque el reparto de puestos haya sido una de las razones de ser fundamentales del gobierno Sánchez, y la operación que ha conseguido revertir la tendencia de muchos prescriptores y opinadores a pasarse con armas y bagajes a Podemos o alguno de sus avatares, hay un placer, una plenitud en la misma conformidad con el PSOE, como volver al útero materno, que trasciende el empleo y los bienes terrenales. Al menos hasta que vengan las curvas.
No he hablado de Vox. Parece que el driver fundamental de voto a Vox es una exacerbada identidad española, y que podrían estar dando ya el giro que algunos nos temíamos hace tiempo hacia el chovinismo de bienestar y las clases populares. A veces es complicado enterarse de las cosas porque los académicos y los periodistas están muy ocupados luchando contra “el fascismo”, y transmiten más ruido que señal. En algunos análisis se echa en falta la posibilidad de que el voto a Vox tenga que ver en alguna medida con el hecho de que en septiembre de 2017 se diese un golpe de Estado en Cataluña, con que los partidos que lo dieron sigan siendo interlocutores, quizás futuros socios, para el gobierno y, en general, con que se lleve año y medio atizando la polarización como medio de conservar a Sánchez en Moncloa. En cualquier caso, a lo mejor interesa que unos y otros empiecen a transmitir más información y a luchar un poco menos, porque a este ritmo de lucha es posible que en cuatro años veamos por encima de los cien diputados a eso que sea contra lo que luchan.
En resumen, durante año y medio hemos asistido al gobierno más estéril, innecesario, cursi, embustero y contrario a la concordia civil de la democracia española, sin otro objeto que su propia pervivencia y llegar al mediodía del martes pasado. Pero no seamos duros, porque probablemente dentro de unos años lo recordemos con cariño frente a lo que está por venir. Les sugiero que se pidan una bebida, se enciendan un puro y aprendan a amar la Bomba.