Frenar a la ultraderecha
«Quien en realidad ha metido a Vox en el sistema ha sido el PSOE ampliándose el abanico de lo pactable hasta más allá de lo posible»
A poco humor negro que uno tenga, lo de Pedro Sánchez, sus pegos, su ego y sus digo diego donde dije digo y niego si siego y no hay sosiego para el reniego es un espectáculo palaciego. La mal llamada «maldita hemeroteca» nos está dando días de gloria. Sin embargo, su mentira más gorda quizá sea la más tácita. Es cuando propone este «gobierno de progreso» para frenar a la ultraderecha. Por ese altruista propósito hemos de perdonárselo todo: sus inconsecuencias, sus fiascos electorales, la corrupción rampante que arrastra su partido, sus amistades peligrosas, todo.
Sin embargo, no hay que ser Iván Redondo o ningún politólogo de campanillas para entender que, en lo que respecta a las derechas, también está haciendo todo lo contrario de lo que dice. Sánchez va a legitimar para siempre los pactos con Vox[contexto id=»381728″], que es lo que él llama ultraderecha. Yo no voy a entrar ahora en si lo es o no, porque nos despistaría del objetivo de este artículo que es subrayar la enorme falsedad que encierra esa supuesta santa intención que lo justifica todo de frenar a toda costa a los de Santiago Abascal.
Como se sabe, la derecha en España siempre fue a rebufo y hubiese sido impensable que el PP y hasta Ciudadanos aceptasen los votos de Vox (casi gratis y con remilgos, eso sí) si el PSOE no hubiese estado pactando previamente con la izquierda bolivariana de Podemos allí donde ha podido, dándole además gobiernos importantísimos, como el de Cádiz, o notables como el de Madrid y Barcelona, y llegando a acuerdos con los independentistas y hasta con los simpatizantes del terrorismo en Navarra y dondequiera que se sumara o se sumase. Cuando la izquierda puede lo más, la tímida derecha se termina atreviendo un poquito a lo menos. Quien en realidad ha metido a Vox en el sistema ha sido el PSOE ampliándose el abanico de lo pactable hasta más allá de lo posible.
Si el PSOE tuviese ahora como prioridad frenar a Vox sería, facilísimo: un pacto de centristas o, peor dicho, porque Vox defiende la Constitución, pero para entendernos: un pacto de constitucionalistas. Afirmando a los cuatro vientos que no caben los extremos con voz campanuda. El PP no se atrevería a romper jamás ese cerco sanitario implícito.
Sin embargo, como explica la activista Flavia Kleiner, experta suiza en frenar a los populismos de derechas, lo que los alimenta es la superioridad moral de la izquierda. Desde luego la superioridad en sus discursos, que imponen a la gente con un mohín de desprecio lo que tienen que votar y lo que tienen que pensar y lo que tienen que ver y que no ver de la realidad que les rodea. Porque el igualitarismo ha llegado para quedarse y la gente dice ahora que ese desprecio dogmático, no, que nada de nada.
Sería fácil hacer caso a los elementales consejos de Kleiner, pero la superioridad moral de la izquierda es superior a sus fuerzas. No sólo en los mensajes ideológicos y en la distinta tolerancia a la corrupción, cuando es suya; sino también en los movimientos estratégicos y tácticos, que terminan dando cobertura a la derecha. Un ejemplo muy simple. Si Podemos no hubiese presentado al general Julio Rodríguez en sus listas, es difícil que Vox, a pesar de que en Estados Unidos es moneda corriente, se hubiese atrevido a hacer algunos fichajes entre los militares retirados con más prestigio. Además, éstos hubiesen sentido más reparos a comprometerse. Y, por último, los medios de izquierda hubiesen entrado a saco. Podemos les abrió la puerta de par en par.
Sánchez lo está haciendo ahora: abrir a Vox la puerta grande de un futuro Gobierno de coalición en España. Es una doble torpeza. Primero, porque cae en una hipocresía más al venderse hipócritamente como el freno de la derecha cuando la jalea. Segundo, porque si le hiciese la envolvente demagógica al PP, éste, sin poder pactar con Vox, jamás llegaría ya a La Moncloa. Sánchez no sólo acelera la alternancia política forzando un gobierno que supondrá gravísimos problemas de gestión y alcanzará altas cotas de rechazo popular, sino que facilita muchísimo los pactos que habrán de desplazarle.