Viva Galdós
«De ideas liberales, en algún punto socialistas, en algún punto republicanas, no supo encajar en el seno de ninguna sigla política precisamente por no soportar el concepto de disciplina de partido»
El pasado 4 de enero, a un lado del paseo del Prado, más de un centenar de personas se congregaron en torno a la estatua que Madrid levantó en honor a Galdós para conmemorar el primer centenario de su muerte. A continuación se le dedicaron unas palabras en la biblioteca Eugenio Trías, Echanove puso su voz cavernosa al servicio de algunos de sus párrafos, y los familiares vivos agradecieron el cariño a asistentes y lectores. Afuera, varias decenas de personas se quedaban sin poder entrar al recinto, tal fue la expectación que levantó el homenaje. Las redes se volcaron con hashtags, reseñas de sus títulos, evocaciones de sus párrafos. Se mantiene una gran afluencia a la exposición que la Biblioteca Nacional le ha dedicado al novelista, se aprueba por unanimidad el nombramiento de hijo predilecto de Madrid, aquí y allá ponen su nombre a bibliotecas, a calles, a recintos. Tras el fracaso que supuso el centenario de Cervantes, reconozco que este éxito me pilla en fuera de juego.
Mientras, al otro lado del paseo del Prado, en el Congreso, ese mismo día 4: vallas, helicópteros, cainismo y demagogia. Esto sí que ya no sorprende a nadie. Me pregunto qué habría pasado por la mente de Galdós ante una situación como esta. Sólo tengo clara una cosa: obviamente, hubiera caminado con libertad entre las ideas cerriles y panfleteras que se lanzaron al Congreso. Porque Galdós, antes que anti o pro, fue libre. Si estrenó el drama que más daño le hizo a la iglesia en todo el siglo XX (Electra, 1901), no fue tanto por ir contra el dogma católico como por ir contra el dogmatismo religioso, de cualquier pelaje o condición. De ideas liberales, en algún punto socialistas, en algún punto republicanas, no supo encajar en el seno de ninguna sigla política precisamente por no soportar el concepto de disciplina de partido. De todas las organizaciones que formó parte salió escaldado.
Creo que, si bien es cierto que descreyó de todas estas corrientes dogmáticas, de la monarquía, de la Iglesia, de los partidos políticos, de los sindicatos, en algo terminó creyendo Galdós, y ese algo no era más que aquella simpleza que manaba del pueblo, y que a pesar de las revoluciones de viejo y nuevo cuño, que vio florecer o que intuyó que florecerían, el ciudadano de a pie se colocaba siempre muy por encima de su clase política. En algún punto, ese ciudadano se desprende del yugo al que lo someten estas corrientes doctrinales, y, como dijo uno de sus admiradores, donde hay vino beben vino; donde no hay vino, agua fresca. Creo que es esta cercanía con el pueblo, en la novela y en la realidad, lo que hizo que a su entierro acudieran miles de personas, lo que hace que el canon lo tenga como uno de los más ilustres novelistas en castellano, y lo que consigue congregar, en pleno siglo XXI, a centenares de personas en su centenario. Y creo también, por cierto, que es la lejanía con ese mismo pueblo lo que ha hecho que tengamos que taparnos la nariz para observar lo que estos días se dicen unos a otros en las cortes. En cualquier caso: viva Galdós y viva la literatura.