La sociedad decadente
«Las propuestas conservadoras no son las de un pesimista, sino las de alguien que valora su época en su justa medida»
Se diría que el valor de las propuestas conservadoras estriba en su realismo. Es un mundo en el cual se conjuga una gramática de futuros matizados con un prudente escepticismo que no despoja de sus alas a la esperanza, pero sí encauza las pasiones antes de que se desboquen en el corazón de las sociedades. Las propuestas conservadoras no son las de un pesimista, sino las de alguien que valora su época en su justa medida. Lógicamente, para el conservador la historia tiene un peso porque sabe que también el futuro se convertirá algún día en pasado y nos volverá a recordar la eterna lección del Eclesiastés: nada nuevo hay bajo el sol, puesto que incluso lo nuevo pasará también a ser antiguo.
Nada nuevo hay bajo el sol. Así es. Sabemos con relativa certeza cómo prosperan las civilizaciones y cómo caen. Hay ciclos morales, virtuosos, que se repiten incesantemente a lo largo de los siglos. Y otros negativos, abiertamente autodestructivos. Mi admirado Ross Douthat, en su ensayo The decadent society, subraya algunos de estos elementos. Lo hace, por lo que sabemos del libro que se publicará a finales de este mes, desde una perspectiva conservadora y atenta a los meandros de la realidad. El empresario Peter Thiel nos ofrece un brillante resumen del mismo en la revista First Things y cuatro son las palabras clave: estagnación, esterilidad, esclerosis y repetición. La estagnación afecta al crecimiento económico, al trabajo de calidad y a la ciencia y la tecnología. La esterilidad se deriva de la ausencia de niños, del invierno demográfico. La esclerosis es institucional e incumbe, sobre todo, a la democracia liberal. La repetición nos remite a un olvido que se traduce en ignorancia: repetimos una y otra vez los mismos tópicos, disimulados tras el espejismo de la originalidad.
Douthat habla de los Estados Unidos, pero podría hacerlo de Europa o de España. Es Occidente en su conjunto quien padece esa falta de esperanza. Pensemos en los cuatro elementos antes citados y en el modo en que nos afectan: ¿cómo crecemos económicamente? ¿Cuál es el aliento de nuestra prosperidad y qué ideas sostienen nuestro bienestar? ¿Qué efectos tendrá sobre nuestro país la actual tasa de fertilidad, una de las más bajas del mundo desarrollado? Es probable que las instituciones todavía funcionen razonablemente bien, pero resulta difícil desmentir su empobrecimiento. La repetición, esa cultura exhausta que nos deja sin nada relevante que decir, no necesita de ningún informe PISA para constatarlo. Basta con posicionarse a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo para ocupar un espacio confortable en el debate público. No estamos tan lejos de una sociedad decadente. Más bien al contrario.
Pero el realismo es la puerta de la acción. Y también de la esperanza.