El hombre que solo temía al viento
«Alfredo constituía uno de esos últimos perfiles políticos que se pueden denominar hombres de Estado»
Hace un año que la vida pública española perdió a uno de los valores más importantes de nuestra joven democracia. Un año desde que Alfredo Pérez Rubalcaba nos dejó. Nunca le voté. Tampoco compartía parte de sus planteamientos políticos e ideológicos, pero es innegable que fue una persona que dio su vida entera por mejorar el país al que amaba.
Alfredo constituía uno de esos últimos perfiles políticos que se pueden denominar hombres de Estado. Que reunía las tres cualidades que Weber determinaba que debían acompañar a todo gran político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura. Lo fue casi todo en política -solo se le resistió la presidencia del Gobierno- desde la que contribuyó a modernizar España hasta que se retiró de la vida política hace unos años. Su vocación de servicio público le llevó a volver a las aulas de la universidad complutense a dar clase sin ningún tipo de trauma o frustración y rechazando suculentas y jugosas ofertas laborales en el sector privado.
Confieso que ha sido una persona por la que he sentido especial debilidad. Por eso, apenas tres meses antes de su repentina marcha, cuando publiqué mi último libro “Cataluña, la construcción de un relato” le invité a él y a Josep Piqué a presentarlo. Con la humildad, naturalidad y cercanía que le caracterizaban, aceptó acompañarnos y darnos su opinión sobre uno de los temas que más le preocupaban como era la deriva populista del nacionalismo. Todo ello aun sabiendo de mi perfil liberal y crítico con el socialismo, pero era un convencido de que en la centralidad y la moderación nos unían más cosas de las que nos separaban.
Desde entonces entablamos una moderna relación epistolar en la que me ofrecía su consejo, su opinión, su análisis de la situación general y donde, especialmente, me mostraba su cara más humana.
Hace un año, no solo el PSOE se quedó huérfano. No solo el socialismo perdió a uno de sus referentes históricos. España entera despedía a una figura clave de lo que hoy somos como nación. Como español, estaré siempre agradecido por sus servicios prestados. Aunque sin duda por encima de su labor política, estaba su incalculable talla humana.
El hombre que jamás se amedrentó pese a estar amenazado por ETA durante infinidad de años, confesaba a su entorno más cercano que a lo único que temía era al viento y a las inclemencias meteorológicas. Alfredo nos dejó mucho antes de lo que le correspondía. Desde aquí, nuestro firme compromiso de mantener vivo su eterno legado. Se trata de una obligación moral con España.
Gracias, Alfredo. Gracias, amigo.