Esclavitud
«Es una forma de redimirse y de devolver el mal hecho, actitud que parecen desconocer los pueblos africanos, y que les lleva a seguir pasándonos una factura que ya hemos pagado con creces y que están explotando quienes han decidido que nos suicidemos lo antes posible»
Justo cuando el mundo entero se conmueve, de esa manera tan arbitraria y programada con la que ahora se “conmueven” personas y cosas, por la muerte violenta de George Floyd, ciudadano estadounidense de raza negra, allá en la para nosotros lejana Minnesota, a manos de uno o varios policías que, si no me equivoco, han sido o serán condenados por ello, sale ahora a relucir la mala conciencia, siempre tan bien manipulada y explotada por la ultraizquierda, por ese gran pecado mortal de la historia, que es la esclavitud, del que, por cierto, ni los blancos son los inventores ni los principales protagonistas.
El resultado es una movilización callejera global de protesta contra ese desgraciado suceso que, en estos momentos de excepción y peligro por la pandemia que padecemos, también a nivel global, contrasta con la pasividad ciudadana mostrada hacia la muerte injusta de tantos miles de personas, víctimas de la inoperancia y el predominio de los fines políticos y partidistas sobre los de la salud y la seguridad de las personas, que han demostrado muchos gobiernos -y el nuestro a la cabeza- en la desastrosa e improvisada gestión de la crisis.
El famoso historiador y gran columnista británico Paul Johnson, mentor de tantos periodistas del mundo entero, en su libro, Al diablo con Picasso y otros ensayos, comenta, entre tantos otros temas de sempiterna actualidad el de la esclavitud y la relación que tuvieron con ella algunos países occidentales, entre los que figura, y no en último lugar, España. Después de analizar la injusticia y la arbitrariedad de que los países africanos, auténticos devotos de la esclavitud como forma primaria de producción y de relación social, exploten nuestra mala conciencia y nos obliguen a mantener hacia ellos una deuda económica y moral interminable, Johnson entona una alabanza hacia la valiente y redentora postura británica contra el tráfico de esclavos.
El artículo está firmado en 1992, pero para mí ha cobrado actualidad porque precisamente, pocos días antes de ese hecho, que de haberse producido en la China comunista o en Venezuela habría sido silenciado por esos provocadores a escala mundial que, contra los EEUU de Trump[contexto id=»381723″] (pero no de Obama, donde también pasaban esas cosas) no dudan en movilizar al rebaño, caí en ver la película de Spielberg, Amistad, para comprobar si mi opinión sobre ella seguía siendo la misma a cuando la vi en su día en el cine y para entender el trato poco amable, por no decir desproporcionado e injusto, que se dio en España a la película, precisamente en un momento en que triunfaba un bodrio como Titanic. Paso a detallar mis impresiones actuales que corroboran, punto por punto, las primeras.
El retrato de Isabel II (claro que aún es una niña) es bastante blando si atendemos a cómo nos ha sido presentada la noble señora por literatos y artistas tan nuestros como puedan ser Valle Inclán y los hermanos Bécquer, luego no creo que fuera esa la causa del rechazo español de tan excelente película. Tenía que ser una cuestión de “justicia histórica” y, al mismo tiempo de ignorancia. Creo que la ofensa reside más bien en que los británicos aparecen como ardientes defensores de la libertad. ¡Ellos! ¡Esos negreros, esos piratas que se convirtieron en nuestros peores enemigos al competir por la rapiña de ultramar…! Parece bastante duro de tragar, aunque se pueda alegar también muy poco para defender la postura de España ante el comercio de esclavos.
Pero Spielberg está narrando un hecho histórico real, que se produce en un momento en el que en España la esclavitud seguía siendo una práctica habitual mientras que en Inglaterra era ilegal desde 1807. Puede llamarnos un poco la atención la saña con la que el oficial británico persigue a los negreros españoles, habida cuenta del ardor con el que habían comerciado en el pasado, pero en la citada columna Johnson nos explica que durante el siglo XIX la campaña contra la esclavitud se había convertido en una encendida causa, no sólo de la marina, sino de todo el pueblo británico.
Yo creo que lo que movió a Spielberg a hacer esta película tiene que ver que ver con la inclinación de los anglosajones, en particular los británicos, a solidarizarse con las causas injustas, una vez que han sido conscientes de dicha injusticia. Y eso está pasando, de forma exagerada, también en España y en el mundo occidental, donde esos movimientos están prendiendo ahora de manera espectacular. Es una forma de redimirse y de devolver el mal hecho, actitud que parecen desconocer los pueblos africanos, y que les lleva a seguir pasándonos una factura que ya hemos pagado con creces y que están explotando quienes han decidido que nos suicidemos lo antes posible.