Más que un chorizo en un sobre
Examinemos la tesis difundida y creída en el siglo XX que afirmaba que había dos democracias: una occidental y otra comunista. “¿Cómo se llega a creer en la tesis de las “dos democracias”? Precisamente trampeando y enredando con el ser y el deber ser”, comenta Giovanni Sartori en ¿Qué es la democracia?. El italiano cree que responder a esta pregunta exige dos formas de confrontación: “Una vez entre los ideales y otra, por separado, entre los hechos”. La democracia alternativa del Este —también llamada democracia popular— era un ideal, fue democracia solo sobre el papel. Lo mismo ocurre con las hoy denominadas “democracias populistas” o “democracias iliberales”.
La relación correcta entre el ser y el deber ser es una de las trampas del discurso sobre la democracia. Para Sartori, la primera trampa es el simplismo “perfeccionista”, el ideal democrático a todo gas. Las democracias donde abundan los liderazgos populistas fuertes y la demagogia sentimental tienen siempre grandes dosis de idealismo, un elemento de teatralización y de drama, discursos grandilocuentes, grandes simplificaciones… lo curioso es que funciona y mantiene al votante entre los dos extremos de un activismo identitario o de la apatía política.
El populismo, un concepto confuso y resbaladizo, puede ser un ideal atractivo: el poder del pueblo, pero más bien es un simplismo o una expresión elíptica. En la práctica el populismo no respeta la institucionalidad (separación de poderes y gobierno de las leyes) ni el pluralismo ideológico. Larra, una de las mayores figuras del costumbrismo español, en “Los calaveras”, comenta que la historia puede observarse como un cuadro de costumbres privadas, y “muchos de los importantes trastornos que han cambiado la faz del mundo, a los cuales han solido achacar grandes causas los políticos, encontrarían una clave de muy verosímil y sencilla explicación en las calaveradas”.
La democracia política también puede observarse también como un cuadro de costumbres, y solo bajo esta óptica se explicarían muchos de los tejemanejes que se producen dentro de los partidos, e incluso dentro de nuestras instituciones. “¿Por qué regalar el realismo a los enemigos? ¿Por qué no adueñarnos de él en forma de realismo democrático?” pregunta Sartori. Si juzgamos a los políticos y a los partidos por sus acciones, no por su cargo o su apariencia, su patriotismo, su ideología o su carné identitario, veremos que las calaveradas, entendidas como el exceso de personalísimo, la revancha, el narcisismo y el populismo han sido la expresión más natural de un mal entendido sentido de la democracia.
Sartori cree que la segunda trampa o el segundo simplismo a la hora de analizar la democracia es ser excesivamente realista, o mejor dicho, el del “realismo malo”: declarar que lo real es lo único que cuenta, y el ideal de democracia no es importante. “El verdadero político sabe que las ideas son fuerzas, que también los ideales son armas y que, como decía Maquiavelo, también los padrenuestros sirven para apuntalar los Estados”. La democracia también necesita ser entendida como un ethos, necesita unas liturgias, unas instituciones, unas fórmulas y unas formas, y esto es importante ya que la confusión sobre el propio ideal de democracia es el primer paso para pervertirla. El problema aquí consiste en establecer la diferencia entre ideales bien entendidos y mal entendidos. Después de Tocqueville es sobre todo Bryce quien mejor concibe la democracia como un ethos, gracias a ellos podemos entender que ciertos elementos, principios o prácticas identitarias y antipluralistas, de ataque a las instituciones, polarización, de amenazas con recortar libertades individuales suponen una perversión de los ideales y principios de toda democracia liberal.
Una democracia es algo más que una cita electoral donde cada cuatro años metemos una papeleta o un chorizo en un sobre, es algo más que participar en manifestaciones para mostrar nuestro descontento y nuestro drama identitario particular. Convivir en democracia es también dialogar, fomentar la convivencia y gobernar para todos, no confrontar a la ciudadanía con guerras identitarias, no perjudicar a las minorías, defender valores como el pluralismo de ideas y opiniones, establecer una separación de poderes, respetar las instituciones y la individualidad.
Algunos ciudadanos, no sabemos si por desorientación o por ingenuidad, tienen a mirar la realidad de nuestra vida política a través de un cristal (implica no entender lo que es la democracia) y a confundir el ideal de democracia liberal (implica no entender cómo debe ser). Hay otros conceptos de democracia, pero el único que interesa es la democracia liberal. Defender la democracia excomulgando al realismo es defenderla mal y más bien genera un daño, pero al mismo tiempo hay que acompañar a este realismo o costumbrismo de una política alimentada por un ethos; unos ideales democráticos liberales.