Un género de violencia
«Los parlamentarios catalanes celebran un gran logro; ya tienen baños paritarios. Algunos ni se hablan pero están encantados de poder mear juntos»
Por fin celebraban los parlamentarios catalanes un gran logro; ya tienen baños paritarios. Los hay que ni se hablan pero que parecían encantados de poder mear juntos. Y como la política catalana nos da tan pocas alegrías, las que da resultan sospechosas. Porque tengo por sabido que los hombres son un poco sucios y que las mujeres tenían, hasta ahora, el raro privilegio de poder usar sus baños, limpios y segregados. Y también es mala pata que la justicia social que tanto ansían nuestras izquierdas parlamentarias empieza justo por donde perjudica a la mujer.
Se les hace así la vida un poco más incómoda a todas las excelentísimas parlamentarias y, supongo yo, también a todos los parlamentarios, que nunca harían cerca de una mujer lo que ya da un poco de reparo hacer cerca de otro hombre. Se diría que la medida sólo beneficia a los transexuales, que se ahorrarán así la incomodidad de ser vistos o cuestionados entrando en un baño que no toca. Pero ¿cuántos trans hay en el Parlament? Los que de verdad se benefician de la medida son la agenda trans y los partidos de izquierda que la abandera, justo en uno de esos casos en los que, como explica Douglas Murray en La masa enfurecida, la agenda trans choca con la feminista.
Si la celebración no tuvo más repercusión es porque la medida no era más que un acto de propaganda, una de esas cosas que ya son casi todas y que nuestro Parlament hace «para dar ejemplo». Pero, ¿qué ejemplo están dando? En The end of gender, Debrah Soh explica que la mayoría de las agresiones sexuales se producen en espacios «neutros».
Hay que suponer que no será el caso del Parlament, pero hay que suponer igualmente sí podría serlo donde se diga su ejemplo. Incluso, quién sabe, en las sedes de estos mismos partidos de izquierdas que promueven las causas más nobles mientras esconden bajo la burocracia de las investigaciones internas sus propios casos de abusos sexuales. Sucedió en ERC y ha sucedido ahora en la CUP y parece que el único argumento que han encontrado para defenderse es que ellos son tan feministas que denuncian lo que los demás partidos, por motivos que nunca vienen al caso, callan. Cualquier otra explicación sería admitir que o bien ellos no están a la altura de su discurso o bien que su discurso no está a la altura de las circumstancias. Porque cuando se trata de corregirse y de dar ejemplo, la izquierda catalana suele optar por el peor ejemplo y el peor de los correctivos.